sábado, 30 de diciembre de 2017

LA MENTE EN EL LUGAR DEL CORAZÓN

En 2013 decidimos mudarnos a San Pedro. Un combo de razones pero las principales respondían a un grado de violencia y falta de funcionamiento de San Miguel como ciudad. Fui uno de los 100 que participó de la elaboración el Plan Estratégico en el año 2006 para la ciudad con la meta en 2016. Mientras la mayoría de planificadores insistían con caminerías, paseos y avenidas como lo que hoy se está haciendo en la costanera del Salí, un lustro tarde, lo mío insistía en la integración del individuo, la capacitación y su inserción como sujeto social y como poner a ejércitos de vendedores y limpiavidrios que pululan semáforos para nuestro malestar pero que lo hacen como alternativa superadora a salir a robar, a capacitarse en un oficio y hacer el seguimiento para garantizar su aporte a la comunidad, a valorar su rol y palanquear el autoestima. Totalmente realizable a mi modo de ver. Mientras que en cada reunión destacaban y aplaudían mis aportes en el documento final brilló por su ausencia completamente. El mismo equipo de consultores logró incorporar este aspecto como pata fundamental en la transformación de Rosario, Santa Fe. Aquí ni una palabra.
Volviendo al cambio: la mudanza significó un esfuerzo titánico. Yo tengo oficio, creo que fue la mudanza número 30 en mis 57 años de vida que llevaba entonces. Y me banqué el esfuerzo porque la visualizaba como mi última. Casa y fábrica. Llegué a 20 viajes en camioneta cargada a lo largo de varios meses cuando dejé de contar. Por suerte mi mujer se encontraba en Europa ese semestre y no tuvo que padecer esas travesías nocturnas con la Ranger hasta el moño. Luego se sumaron 3 viajes más en camión con grúa que me facilitó un amigo. Terminado el largo proceso quedaba entregar el enorme local en Tucumán que había funcionado de fábrica y vivienda por casi 3 años. Un pibe con motocarro nuevo se dedicaba a sacar todo lo chatarreable: hierro, aluminio y todo tipo de recortes y materiales que no trajimos a San Pedro.
Lo último que quedaba eran toneladas de papeles de la oficina. Facturas, remitos, recibos, intimaciones, folletería que se acumularon por décadas. Estaba a una cuadra de Campo Norte. Se me ocurrió salir a buscar alguien con un carro para que venga a sacar esto último cosa de pegar luego una barrida liviana y entregar la llave. Luego de un par de vueltas y ya casi resignado al fracaso encuentro a dos pibes al trote arriba de un carro. No más de 12 o 13 años el mayor. Y si bien detesto el trabajo infantil se me ocurrió que sacar papeles y darme una mano y retribuirles acorde los ayudaría al menos para un par de días. Los paro, les explico la situación y me siguen de inmediato. Entran por el amplio portón sin problemas y estacionan jardinera y bicho de tal suerte de quedar a tiro de la pila de papeles.

Cumplo con la ceremonia de pedir presupuesto una vez que miran la magnitud de la tarea. Me quejo un poco de la cifra para que no piensen que se quedaron corto pero ya en mi mente había decidido pagarles eso y un poco más. Es muy diferente para mí un servicio que necesito una vez que algo que voy a requerir periódicamente. Nunca voy a ser millonario pero soy feliz.
Mientras empiezan de inmediato a cargar los papeles, carpetas y demás elementos noto que el mayor era el predispuesto a la conversación. El hermanito menor se dirigía de vez en cuando solo a su hermano y casi en secreto. Con el intercambio animado me sumo a la tarea para ganar tiempo. Luego de varios minutos y con el carro semi lleno noto entre las carpetas aún en el suelo una con dibujos de mi hijo. La separo y la miro. Borradores, ejercicios, todos sensacionales como es su costumbre. La dejo a un lado para llevármela. Los chicos siguen cargando pero entre los papeles sueltos quedaron un par de dibujos más. El mayor los alza entre un montón más y ya presto a tirarlos en el carro alcanza a notar uno. Se queda paralizado. Mientras que con una mano frente a su cara estudia con cuidado el dibujo de la otra lentamente van cayendo las hojas que estaba por arrojar. Luego de un rato nada despreciable levanta la vista y me pregunta mientras señala el dibujo con la mano ahora desocupada: “¿quién dibujó esto?”
“Mi hijo” le respondo. Luego de otro rato mirando me pregunta con toda precaución: “¿Me lo puedo quedar?”.
“Claro” le respondo.
Y antes de seguir con su tarea se pone a revolver lo que había en el suelo y encuentra dos hojas más. Las junta a las 3 con cuidado y las deja a un lado.
Un mar de emociones, de ideas, sensaciones y frustraciones pasan por mi cabeza. Y ese peso sobre los hombros que siento desde la infancia, como si tuviera que cargar toda la injusticia del mundo sobre mi espalda. Qué lo parió.
Ese pibe, sensible, perceptivo y capaz de reaccionar frente al arte es la cara que yo veo cuando hablan de AUH, cuando mencionan una netbook del gobierno, cuando se menciona la copa de leche. Ese pibe que probablemente el día de mañana salte una tapia para robar una bicicleta o le arranque la cartera a una chica y salga corriendo tiene o debería tener otra oportunidad. Otra vida es posible. Cualquier intento es válido y tendrá mi apoyo. ¿Qué alternativa le estamos dando como sociedad, como comunidad organizada a un par de pibes que a esa edad deben andar acarreando basura ajena para intentar sobrevivir? Nos molestan cuando molestan. ¿Pero que dice eso de nosotros mismos, como comunidad? ¿Quién sin ponerse colorado puede endilgar la más mínima culpa en el otro si estamos dando la espalda a estas situaciones de carne y hueso? Un par, un semejante, un ciudadano, un hermano que convive en nuestra misma comunidad.
Yo me desgasto hablando de política no por peleador, no por meras ganas. Lo hago porque no solo me apasiona, me indigna el mundo en que vivimos y el nivel de individualismo y egoísmo que impera como media. Me indignan los que admiran a Ayn Rand, empezando por nuestro presidente que menciona uno de sus libros como integrante del par que leyó. La alabanza del egoísmo. Mi mente la mueve el corazón. Y sí, soy de izquierda, soy romántico. También tengo sangre y pasión para denunciar a diario esto que nos pasa. Por eso toco blues, por eso me enojo. Y por eso soy feliz sabiendo que al menos algo hago para intentar cambiar el lugar que me rodea, pensando que al cambiar mi aldea puedo cambiar el mundo.
Cuando ya los pibes terminaron su tarea el mayor agarra las hojas separadas y con el cuidado que puede las enrolla y las mete dentro de su remera y se sube a su carro. Le pregunto por último “¿te gustan los dibujos?” Me contesta con un simple “Sí” pero no es solo la palabra, era la intensidad con que lo dijo y la luminosidad de sus ojos. Y alzo la carpeta con el resto de los dibujos y le entrego. “Tomá, cuidalos”. Se le abren los ojos y no puede reprimir una sonrisa de asombro, sin saber que contestar.
Son dibujos de mi hijo, pero a mi hijo lo tengo. Yo puedo darme ese lujo. Este pibe no sé si tuvo un lujo alguna vez. No sé cuántas oportunidades como las que yo tuve cruzarán su camino. Ni una temo. ¿Cómo no sentir empatía? ¿Cómo no indignarse con la indiferencia, o peor, con el enojo del opulento que patalea porque debe pagar un punto más de impuestos sobre sus ingentes fortunas muchas veces amasadas a costa de estos hermanitos que deben revolver entre la basura para poder acceder a un picolé una vez a la semana?
Los miré alejarse hacia el Campo Norte, el caballo viejo y cansado, los hermanitos abrazados sobre el asiento y la carpeta azul prolijamente acomodada entre las tablas.
Amigos, no pretendo que cambien, no pretendo que compartan. Solo quiero que intenten comprender de donde sale mi vehemencia al expresar mis ideas. Son vivencias las que me formaron, no solo libros o ciertos intelectuales. Mi mente solo se acomodó a mi corazón.
Un muy feliz finde y que el 2018 les devuelva tanto como lo que ustedes deseen para el prójimo. Fuerte abrazo.


viernes, 8 de diciembre de 2017

Relatos Veraniegos I

ESQUEMA PIRAMIDAL – Una Pasado Esquivo
Luis O. Corvalán

Los que leen mis escritos con cierta continuidad habrán notado que un tema recurrente en mis artículos es la Biblia, en particular el Nuevo Testamento. Y también sabrán o habrán deducido que soy agnóstico y particularmente no creo en el relato bíblico como tal. Pero como obra literaria, como reflejo de procesos históricos y las propuestas filosóficas que insinúa es fascinante. Se encierra dentro de una costumbre que adopté hace muchos años: estudiar con bastante dedicación los temas en los que descreo o cuestiono para fundamentar con precisión mis discrepancias. Veo con alarmante frecuencia a amigos y demás que debaten furibundamente oponiéndose a autores, filosofías, diarios, libros o puntos de vista que por no coincidir desconocen por completo. Mi posición, en este caso de la Biblia, es al menos de profunda admiración.
En un momento de mi vida, hace poco más de una década, se me dio por estudiar las religiones que florecieron en USA en el siglo XIX y algunas del siglo XX. Me concentré en las más exitosas, por decirlo de alguna manera: Los mormones o “Latter Day Saints” (Santos de los Últimos Días), los Adventistas y los Testigos de Jehová. Para un escéptico tirado a racionalista como intento definirme a veces, estas religiones tienen una serie de curiosidades particulares pero también aspectos estructurales en común. Para dar respiro a los católicos, ámbito en que me crié y conozco en profundidad, vamos a arrancar esta serie de lecturas breves para el verano con una pincelada curiosa de los Testigos de Jehová.
Esta religión, como tantas otras, nació,  al igual que muchos partidos políticos y corrientes internas, del despecho. Su fundador Charles Taze Russell lanza su micro emprendimiento como resultado de sus desacuerdos con sus socios estudiosos, en particular uno llamado Nelson Barbour, un Adventista que anunciaba la venida de Cristo en 1878, del que tomó sus primeras ideas. A diferencia de Barbour que quedó algo golpeado cuando 1878 pasó sin novedades, Russell siguió adelante y en 1879 publicó su primer número del “Atalaya” y para 1881 co-fundó la Zion's Watch Tower Tract Society que hoy se conoce popularmente como los Testigos de Jehová. Ni remotamente tan delictiva como la historia de Joseph Smith, fundador de los Santos de los Últimos Días y que será motivo de mi próxima entrega, los delirios filosóficos e interpretativos de Russell son tan extremos que los Testigos actuales ocultan o directamente desconocen porque son cuidadosamente ignorados en las Congregaciones. Aquí resumo una de las tantas curiosidades.
Russell sostuvo hasta su muerte (1916) que la Gran Pirámide de Giza fue construida bajo la supervisión de Dios. El gran “testigo de piedra” de la presencia de Dios, solía llamarla[1][2]. Hoy en día los eruditos serios dedicados a estudios bíblicos deben como mínimo dominar el griego clásico, idioma en que fue escrito el Nuevo Testamento y eventualmente el hebreo, si el estudio incluye el Antiguo Testamento. Russell, como la mayoría de los eruditos de su movimiento (Frederick W. Franz el más conocido), no manejaba ninguno de esos idiomas y el estudio bíblico se limitaba a la célebre versión en inglés conocida como La Biblia del Rey Santiago, una formidable pieza literaria que es una traducción al inglés de la célebre Biblia de Erasmo de Roterdam escrita en latín (traducción conocida como Vulgato) por encargo del Vaticano cuya primera edición apareció en 1522 y la cuarta, corregida por el mismo Erasmo, en 1527. Esta obra de Erasmo merece una historia aparte que intentaré incluir en esta serie[3].  
Volviendo a Russell, sus estudios bíblicos se limitaban por fuerza a autores en inglés. De mediocres estudiosos como John Taylor y Joseph Seiss, entre otros, Russell extrae los vínculos del Dios hebreo con la gran pirámide de Giza. La Biblia en piedra, llega a llamarla. Y en su tumba hoy existe es una pirámide de piedra que confirma esta creencia. La curiosidad relatada es cuidadosamente ignorada en la actualidad porque no hay evidencia alguna, con el avance de los conocimientos en historia y arqueología, que sostenga la interpretación de Russell. A tal punto esto que hace unos meses cuando a unas señoras que regularmente llaman a la puerta para promover la particular visión de la realidad de los Testigos les mencioné las teorías abandonadas sobre la gran pirámide me lo negaron enfáticamente. Para desgracia de los propios Testigos, el culto arrancó y continua como una gran imprenta que deja todo por escrito, lo que hace difícil negar el caprichoso y cambiante sendero de interpretaciones sobre el que se asienta esta fe.
Para cerrar este primer relato y que da una vuelta de tuerca sorprendente a la interpretación de Russell es que a su muerte fue sucedido por Joseph F. Rutherford, un abogado luego convertido en juez que fue el que organizó a los Testigos en el gran aparato de difusión que es hoy, instalando la obligación de las visitas puerta a puerta y centrando en un gran cuartel general el manejo mundial de la organización. Él personalmente supervisó el montaje de la pirámide de piedra que acompaña la tumba de Russell en 1921 pero ya para 1928 descartó todo significado bíblico de la Gran Pirámide, incluso sugiriendo su construcción como de origen satánico[4]. Así se abandonó casi 50 años de enseñanzas que le daban a la Gran Pirámide un rol predominante en la doctrina de los Testigos de Jehová. En un número del Atalaya de 1956[5] mencionan al pasar que “otros” afirman que la Gran Pirámide fue construida bajo inspiración divina y menciona a John Taylor pero evita mencionar a Charles Russell negando completamente uno de los pilares de su doctrina, fundacional en esa particular religión.
Pirámide en la Tumba de Charles Taze Russell
Pittsburg, Pennsylvania
Para concluir expreso mi humilde opinión sobre la Gran Pirámide. Lejos de suponer una inspiración de dioses y demonios, en este tema al igual que en muchos, no tengo empacho en aferrarme a mi frase favorita: “no lo sé”. El imaginario que esclavos hebreos construyeron la pirámide que abrió la puerta a afirmaciones como las de Russell y Taylor y enfatizado por Hollywood (Los Diez Mandamientos | Cecil B. De Mille | 1956) está siendo rebatido por estudios recientes que fijan el año 2530 antes de Cristo como la fecha más probable de su construcción, sin esclavos. También con estudios que arrancaron en 1977 hoy se sabe que en los alrededores de las pirámides existió una gran ciudad destinada a los trabajadores que lejos de ser esclavos gozaban de buenas condiciones y trato, siempre bajo estándares de aquella época. Estas comodidades incluían panaderías industriales, guarderías infantiles y otros apoyos logísticos para los constructores[6]. El pasado es una construcción dinámica que avanza junto con el presente y futuro. La mente abierta permite evolucionar en las interpretaciones y que nuevos descubrimientos no signifiquen tener que ocultar previas afirmaciones categóricas que no solo dan una interpretación luego demostrada errónea, sino que en algunos casos obligan a comportamientos represivos que limitan o condicionan la búsqueda de la realización personal, el acceso a la salud o simplemente una carga innecesaria de culpa que luego se abandona con embarazoso sigilo y negación. Solo una opinión, porque también, en el fondo, yo no sé.




[1] Chapter 10—THE CORROBORATIVE TESTIMONY OF GOD'S STONE WITNESS AND PROPHET THE GREAT PYRAMID IN EGYPT – Charles t. Russell - 1891
[2] Watchtower, June 15, 1922, página 187
[3] Erasmus, Johan Huizinga, Ed. Ad Donker, Rotterdam, 2001
[4] Watchtower, Nov 22, 1928 
[5] Watchtower, May 15, 1956 Páginas 297-300
[6] Harvard Magazine – July-August 2003 – Jonathan Shaw – “Who Built the Pyramids”

sábado, 2 de diciembre de 2017

MAXWELL PERKINS – EDITOR DE GENIOS



Mi viejo en su juventud escribió un libro que, google mediante, descubro que aún se referencia como definitorio del “Postmodernismo” en la literatura hispanoamericana. El período brillante entre las dos grandes guerras del siglo XX. Ese período tiene un correlato en la literatura norteamericana que por suerte el destino puso parcialmente en mis manos. Si bien mi especialización cayó en la técnica, el ambiente en que pasé mi primera infancia me iba a conducir hacia las letras tarde o temprano. Yo había ya leído libros al azar durante mi primera década de vida donde por alguna razón la historia y las biografías me fascinaron más que la ficción, tan proclive a esas edades. Theodore Roosevelt, Abraham Lincoln y la historia de la Segunda Guerra Mundial fueron mis primeros temas “serios” entre los 8 los 11 años. Sin descartar las novelas detectivescas de los Hardy Brothers, el equivalente masculino de Nancy Drew, destinadas ahora sí a los pibes de mi edad. Esto me depositó unos años después en las manos de Arthur Conan Doyle cuya obra completa me devoré en menos de un año. Cuando mi viejo se percató que yo pasaba cuantiosos minutos mirando los lomos de su extensa biblioteca entró en acción. Se levantó de su silla, fue directo a sacar dos libros y me dijo “empezá por aquí”. Me prestó “El señor de las Moscas” de William Golding, que ganaría luego el premio Nobel de Literatura, y “La Naranja Mecánica” de Anthony Burgess, contemporáneos y británicos ambos. Ahí arrancó un proceso que me llevaría por hitos caprichosos de la literatura del siglo XX. Ahora entro en tema:
Volviendo al período post moderno, el azar y Netflix me regaló la película “Genius” que en castellano tiene el insulso nombre de “Pasión por las Letras” y cuyo título original también despista un poco, ya que la peli va de la vida del editor Maxwell Perkins, el “Editor de Genios” como es el correcto nombre del libro en que se basa el film. Escrito por el biógrafo Andrew Scott Berg que se paseaba por los pasillos de la Universidad de Princeton mientras nosotros vivíamos a pocos kilómetros y mi viejo en la Universidad de Rutgers escribía el mencionado libro, este autor relata la vida de un editor de New York que descubre nada menos que a Francis Scott Fitzgerald, Ernest Hemmingway y Thomas Wolfe. El film recorta la narrativa a un período breve que arranca en 1929 y relata la relación entre Perkins (Collin Firth) y Wolfe (Jude Law) y sus esposas (Laura Linney y Nicole Kidman respectivamente). Los otros dos autores que conforman el selecto grupo de “genios” a que hace referencia Berg en su libro lo interpretan Guy Pierce y Dominic West (The Affair). El trío de autores forman parte de lo mejorcito de la literatura de ese período. Fitzgerald y Wolfe morirían jóvenes, probablemente por eso se los conoce como “la generación perdida” de la literatura norteamericana.
La película que se estrenó en 2016, dirigida por Michael Grandage, un director teatral inglés, me emocionó como pocas películas que vi recientemente. Con un 50% de aprobación promedio entre críticos y público más aprecio mi reacción ante el film (por alguna neurosis personal no me gusta gustar del gusto masivo). Aunque los personajes son principalmente estadounidenses, la producción y los actores son predominantemente ingleses, incluso la locación que se supone New York y sus suburbios fue mayormente filmada en Manchester.

Para un día de lluvia, para los amantes de un buen guión, buenos diálogos y los conflictos humanos recomiendo esta película aunque no se hayan visto tan identificados con esta época y sus letras.