domingo, 5 de junio de 2016

De Memoria: RODRIGO Y LA NEGRA

Hace unos días haciendo un comentario aquí mencioné el rodrigazo del 4 de junio de 1975. Yo me acuerdo patente el momento de oírlo por la radio: iba en el auto manejando por calle Jujuy entre Piedras y Gral. Paz cuando la prendí y el ministro Celestino Rodrigo estaba pintando el panorama del país previo al anuncio de los tarifazos y al aumento del dólar. Como escribió Luis Gregorich para el guión del gran documental “La República Perdida”, que contaba que al día siguiente nos despertamos para descubrir que éramos un país pobre. 


Yo cursaba el primer año de la facultad y como el menor de todos mis primos tucumanos, hacía lo mismo que mis mayores: seguía viviendo en la casa materna, sin trabajar y estudiando. Comprendí que ya no iba a ser tan fácil ni tranquilo hacerlo. Y para peor la relación con mi madre no era de las mejores. Ese año empecé a marmolar mis estudios con trabajos esporádicos de electricidad y ni bien me desocupé de los exámenes en diciembre busqué trabajo. Eso todavía existía porque estábamos con la desocupación más baja de la historia aunque en un ambiente muy convulsionado. Conseguí a los 3 días entrar como electricista de la firma Indiana, la concesionaria de Peugeot. Lo acepté sabiendo que en 2 meses iba a tener que renunciar para seguir con mis estudios, pero me iba a permitir comprar herramientas e instrumentos para poder seguir como independiente el resto del año. Era mi primer trabajo formal, tenía 19 recién cumplidos. De ese mes y pico tengo 2 anécdotas, esta es la primera. Para no tener experiencia formal y con el título de técnico obtenido menos de un año atrás mi desempeño fue muy bueno. Reemplazaba a un laburante histórico que se retiró a las 2 semanas de entrar yo, período en el cual me transmitió todo lo que yo podía absorber. Ya solo, como el único electricista de la concesionaria, me dan a controlar un Peugeot 504, lo más nuevo de Peugeot de entonces, que tenía una sola falla, sencilla. No andaba el “sapito”. Luego del rodrigazo los autos eran un lujo, caros, difíciles de llenar el tanque y caros los repuestos. Reviso la instalación y estaba perfecta, le apunto al motorcito que bombea el agua al parabrisa. Era moderno el sistema, los sapitos de aquella época eran normalmente una ampolla de goma que operaba gracias a la fuerza del pulgar. Esto de una bombita eléctrica era un pequeño lujo. Y el motorcito era de plástico, compacto y una de las pocas cosas del 504 que era importado, lo que lo hacía absurdamente caro para la función que cumplía. Lo reviso y ahí estaba el problema. No andaba y no había manera de repararlo, se tira y se pone nuevo. Le aviso a mi jefe la novedad y me dice: “vení, te presento a la dueña y de paso le contás”. Esto era nuevo, yo no tenía casi nunca contacto con los clientes, era un obrero del taller. Todos tenían pantalón y camisa Grafa provistos por la empresa. Yo que era nuevo no los había recibido todavía así que vestía el mameluco azul que usaba en mis clases de taller del Instituto Técnico. Llego a la recepción y un par de empleados rodeaba a una señora compacta, redondita de pelo negro sentado en una silla. Me acerco con el aparatito en mi mano y levanta la vista para mirarme. Era Mercedes Sosa. Me saluda, mira el muerto en mi mano y mira al empleado administrativo que la acompañaba. Sin esperar mi explicación me dice “ya se hijo, ya me contaron, pero no puedo pagar tanto por ese arreglo, no tengo esa plata”.
Se me hizo un nudo el corazón, no estaba todavía en la situación que le conocimos años más tarde y Rodrigo nos golpeó a todos. Y en dos meses más caía el golpe más terrible de nuestra historia que, como a muchos, la obligaría a emigrar por muchos años. Tuve que colocar el motorcito de vuelta en su sitio y se llevó su 504 tal como lo trajo, sin sapito. Una metáfora de lo que se venía. Íbamos a perder todo lo que nos permitía ver más claro para sumergirnos en una larga noche de 7 años.
                                                                                                                                                                        

sábado, 4 de junio de 2016

ALÍ

Yo era chico y las conversaciones de la cena me resbalaban. Pero el nombre de Cassius Clay, como varios otros, me era familiar de tanto oírlo.
Por el contexto me hice la idea que era un político, o comentarista, o escritor. Luego lo ví en un par de entrevistas y mis sospechas se confirmaban. Hablaba picante, a pesar de 22 o 23 años toreaba lindo a los interlocutores. Después mi viejo me aclara que era boxeador. Y pocas semanas después lo alcanzo a ver en una de sus peleas. En blanco y negro pero en directo. Un trámite, movimientos ligeros y ágiles como si fuera un welter, pero tenía más de 1,90 mts y casi 100 kgs. El ocasional rival le duró solo 6 rounds. Fachero a punto de rivalizar con Sidney Poitier, el prototipo del negro galán de los 60 (todavía no existían los afroamericanos, eran negros).
Luego me enteré de su rechazo al servicio militar. No quería pelear en Vietnam, una gran controversia. Yo lo entendía y simpatizaba con su planteo. Luego, ya adulto, yo comprobaría que su resistencia era por las razones correctas. Perdió el título de campeón y me perdí un par de años de lo que sería la plenitud de su carrera. En ese lapso regresé a Argentina. La Corte Suprema de EE.UU. finalmente le daría la razón y pocos años después lo disfrutaría peleando con nuestro Oscar Ringo Bonavena, que por puro indisciplinado y torpe no llegó a campeón mundial durante el parate de Alí, luego de tenerlo al propio Frazier caminando a 4 manos por el ring 2 veces en un mismo round. Volviendo a Clay/Alí el resto de su carrera es historia conocida. Canchero, pillado, pero muy ubicado en su rol de minoría segregada y peleando por sus derechos. Su país natal lo reivindicó formalmente cuando lo eligió para encender la llama olímpica en los juegos de Atlanta 1996. Luego se inmortalizó en la pantalla en el rol interpretado por Will Smith.
En la presentación del film, un Alí ya bastante enfermo alcanzó a preguntar, con Smith parado a su lado "¿No había nadie más buenmozo que éste en todo Hollywood para hacer de mi? Como todo día en que un ídolo desaparece, este tiene su cuota de tristeza y melancolía muy acompañado por el clima. Mi más sentido homenaje.

jueves, 2 de junio de 2016

De Memoria: CASILDO

Para los que peinamos cañas y llevamos largas décadas a cuestas recordamos muy bien los padecimientos de la dictadura y la fiesta que fue el retorno de la democracia. Ese clima había inundado aquel año 1983. A medida que se acercaban las elecciones y los militares ya preparaban la retirada empezó un lento goteo de argentinos que volvían al país luego de años de exilio forzado. Y luego de las elecciones de octubre y el triunfo de Alfonsín ese goteo ya era una persistente llovizna de decenas de personajes que retornaban cada semana al país. A punto tal que los medios televisivos, radiales y gráficos dejaban apostados en Ezeiza guardias de noteros para barajar a las personalidades a medida que llegaban. Artistas como Víctor Heredia o Marilina Ross, dirigentes sindicales como Raimundo Ongaro, siempre alguno era motivo de una nota. Ese día, el 30 de noviembre, a poco del traspaso de mando, comenzó a circular por el aeropuerto el rumor que en el vuelo tal de Iberia arribaba Casildo Herreras, un histórico dirigente textil que se había fugado del país la víspera del golpe en 1976. Para cuando estaban descendiendo los pasajeros del mencionado vuelo ya los noteros hacían la guardia correspondiente, con grabadores, anotadores y lapiceras en mano. Al rato aparece el canoso dirigente y todos se le abalanzan, estallan los flashes y se disparan preguntas desordenadamente. Uno de los noteros más veteranos y con una cultura general por sobre el promedio alcanza a ver un señor caminando unos metros más atrás, lejos de los flashes. Un hombre de cara ancha, con un saco oscuro gastado y una corbata delgada abierta por las horas de viaje. Un pantalón a tono que intentaba pasar por traje. Bajaba del mismo avión. Arrastraba con dificultad su valija. El notero inmediatamente perdió todo interés por el dirigente sindical y se acercó al hombrecito con total admiración. Guardó su libretita y le extendió la mano: "Señor, es un honor saludarlo, bienvenido de regreso a la Argentina". El señor que bajaba en absoluta soledad y lejos de los flashes y las preguntas intrascendentes era nada menos que don Julio Cortázar. La Argentina en su fiesta de recuperación democrática parecía decirle que no lo necesitaba, nadie percató de su arribo, no fue invitado a ningún canal, no hizo tapa de ningún medio. De regreso en París, su patria adoptiva, moría apenas dos meses después, el 12 de febrero de 1984.