En general me resisto a este tipo de notas. Intento ser prudente y buscar directrices que arrimen mi punto de vista a una visión potable para un sector más amplio de amistades y potenciales lectores de mi muro. Mi punto de vista crudo y sin filtros es bastante más extremo y responde a un mundo más ideal que el que lamentablemente tenemos. Al pararme en un sitio más real doy la impresión de coincidir con posturas que, sin ser lo que yo pienso, son, de alguna manera, menos distintas que otras opciones presentes en esta realidad argentina. En el intercambio de ideas a través de mi muro y el muro de amigos y parientes, que lleva ya algunos años, pude llegar a algunas conclusiones. Sé que a muchos le molestará lo que voy a decir, pero no es una sensación, es una conclusión que saqué de repasar cientos de mensajes, comentarios y posts diversos. Este gobierno hizo buenas políticas, según mi parecer. Otras cosas quedaron muy cortas. Y es una característica del peronismo. Es una herramienta de corrección de injusticias, para ser generoso, pero no una herramienta de transformación profunda. Eso es lo que yo espero y a esta altura de mi vida perdí las esperanzas que el peronismo sea el vehículo indicado. A ser franco, nunca las tuve.
Y para respaldar esta conclusión un ejemplo concreto: una medida necesaria, sin duda, y fundamental del primer gobierno de Perón, fue el Estatuto del Peón Rural. Este fue una herramienta que limitaba la discrecionalidad con que el patrón de estancia podía tratar a sus empleados, algo obsceno que ocurría desde antes de Martín Fierro. Muy bien, medida para aplaudir. Ahora bien, ¿cuántas hectáreas en manos de pocas familias privilegiadas de la Argentina se transfirieron a trabajadores rurales, como manera de crear un auténtico mercado interno y sacar a esforzados trabajadores de su endémica condición de pobres e incorporarlos a una clase media creciente y necesaria en todo país que se precie de igualitario? Ninguna. Con todo el apoyo popular, reservas de dinero, apoyo de ejército e iglesia, Congreso y Corte Suprema, no hacer una mínima transformación de fondo es simplemente porque no estaba en la agenda. Y sigue sin estar. Escuchaba en los 70 la frase “la revolución inconclusa” en referencia al derrocamiento de Perón en 1955 y dejar trunco vaya a saber que revolución. Ya entonces yo respondía que no hay tal “inconclusión”, ya que la revolución como tal jamás se planteó.
Y mis esperanzas de verlas son nulas. Simplemente de ver el grado de reacción y enojo que producen simples medidas paliativas como la AUH o jubilaciones a gente que no tiene aportes, más aun un plan de asistencia.
Dicho esto, como para no ser tildado de “planero” o “idiota útil del gobierno”, aclaro a los conservadores y opositores de cualquier cambio, o a los mismos simpatizantes de esta gestión que creen que llegamos al mejor de los mundos, que mis ideas van mucho más allá de esta realidad. Si por defender algunas medidas recibo las puteadas que recibo, no quiero pensar los calificativos que me haré merecedor si digo lo que realmente quiero para enderezar definitivamente este país.
Mi intención, sin embargo, fue ir tirando ideas y comentarios como para despertar en el interlocutor la inquietud de al menos plantear o discutir algunos temas. Remontándome al descubrimiento de América, el proceso colonial, la revolución, las guerras de independencia, la organización nacional, el sufragio universal y los tironeos de poder del siglo XX que llevaron a 50 años de golpes de estado y niveles de violencia sorprendentes para un país que se vanagloria de ser pacífico. Salvo honrosas excepciones, las respuestas a cualquier planteo abundan en epítetos, frases en mayúsculas y signos de admiración seriales. Y me doy la libertad de interpretar estas reacciones. Creo, respetuosamente, que los hechos, la historia, las evidencias y la realidad actual estorban, de alguna manera, en la construcción del imaginario que estas personas tienen. Se han hecho una imagen en la cabeza que no admiten cuestionar. Y si uno plantea contextos históricos, hechos de la realidad o razones para cuestionar esa particular manera de ver, la reacción es el enojo, la puteada y la intemperancia. Crispación. Palabra acuñada para definir el estado de ánimo inducido por Cristina Fernández hacia el resto de la sociedad. Hoy veo que el enojo y la impaciencia parte de, no digamos “la oposición” sino de la gente de a pie que por una razón u otra no está a gusto con esta gestión. Yo comprendo que exista gente no conforme, yo muchas veces viví gestiones que no me agradan. Pero lo patético de la oposición y la incapacidad de generar alternativas atractivas y competitivas electoralmente hace que el gobierno, luego de 12 años de gestión, conserve todavía buena salud electoral, y eso lleva a mayor intolerancia, odio y reacción. Y en este caso, el gobierno no tiene la culpa. Se sabe que en política, los lugares que no se ocupan lo ocupan otros. Y no apareció un personaje o movimiento político que haya logrado ubicarse en el centro de la escena, o durar en él más de unas pocas semanas. Es lo que hay. Es pobre, lo sé, por eso planteo la discusión política. Y solo recibo ladridos.
La muerte de este fiscal, penosa, dudosa, política, conmovedora, lejos de invitar al análisis, ha despertado una catarata de conclusiones a priori que no se sustentan en la realidad, simplemente conforman la idea ya asumida de que todo lo malo que pasa en el país es responsabilidad del gobierno. Si aumenta el pan, si la ciudad se inunda o si el fiscal muere. Algunas cosas son responsabilidad del gobierno, otras no. Y hay otros poderes que influyen y actúan políticamente. No se castiga a un delincuente y la culpa es de Cristina. Nadie dice que la culpa es del Poder Judicial. Un poder que escapa a la voluntad popular casi por completo. Y está compuesto por personas, con ideas, con capacidad de ser influenciadas, con agenda. Es más fácil y tranquilizante decir es “el gobierno” sin siquiera recordar lo aprendido en la secundaria que decía que el gobierno tiene tres patas, y el ejecutivo es solo una. Eso tranquiliza porque reafirma el concepto que tenemos de que es el gobierno el responsable de todos los males. Indagar circunstancias es ocioso, van a desvirtuar nuestra conclusión previa y minar nuestra construcción de lugar. Y eso molesta. Así creo yo que funcionan las mentes de muchos. Y creo que es la misma razón por la cual recibo puteadas como respuesta a planteos de debate, ideas, de usar la razón, o simplemente pedir paciencia antes de saltar a conclusiones. Y termino con lo que ya dije muchas veces. La clase política es tan mediocre, corrupta y falta de ideas porque es un fiel reflejo de lo que somos como ciudadanos. De onda lo digo. Y no me importa que me puteen. Si lo digo respetuosamente, me putean igual. He dicho.
Y mis esperanzas de verlas son nulas. Simplemente de ver el grado de reacción y enojo que producen simples medidas paliativas como la AUH o jubilaciones a gente que no tiene aportes, más aun un plan de asistencia.
Dicho esto, como para no ser tildado de “planero” o “idiota útil del gobierno”, aclaro a los conservadores y opositores de cualquier cambio, o a los mismos simpatizantes de esta gestión que creen que llegamos al mejor de los mundos, que mis ideas van mucho más allá de esta realidad. Si por defender algunas medidas recibo las puteadas que recibo, no quiero pensar los calificativos que me haré merecedor si digo lo que realmente quiero para enderezar definitivamente este país.
Mi intención, sin embargo, fue ir tirando ideas y comentarios como para despertar en el interlocutor la inquietud de al menos plantear o discutir algunos temas. Remontándome al descubrimiento de América, el proceso colonial, la revolución, las guerras de independencia, la organización nacional, el sufragio universal y los tironeos de poder del siglo XX que llevaron a 50 años de golpes de estado y niveles de violencia sorprendentes para un país que se vanagloria de ser pacífico. Salvo honrosas excepciones, las respuestas a cualquier planteo abundan en epítetos, frases en mayúsculas y signos de admiración seriales. Y me doy la libertad de interpretar estas reacciones. Creo, respetuosamente, que los hechos, la historia, las evidencias y la realidad actual estorban, de alguna manera, en la construcción del imaginario que estas personas tienen. Se han hecho una imagen en la cabeza que no admiten cuestionar. Y si uno plantea contextos históricos, hechos de la realidad o razones para cuestionar esa particular manera de ver, la reacción es el enojo, la puteada y la intemperancia. Crispación. Palabra acuñada para definir el estado de ánimo inducido por Cristina Fernández hacia el resto de la sociedad. Hoy veo que el enojo y la impaciencia parte de, no digamos “la oposición” sino de la gente de a pie que por una razón u otra no está a gusto con esta gestión. Yo comprendo que exista gente no conforme, yo muchas veces viví gestiones que no me agradan. Pero lo patético de la oposición y la incapacidad de generar alternativas atractivas y competitivas electoralmente hace que el gobierno, luego de 12 años de gestión, conserve todavía buena salud electoral, y eso lleva a mayor intolerancia, odio y reacción. Y en este caso, el gobierno no tiene la culpa. Se sabe que en política, los lugares que no se ocupan lo ocupan otros. Y no apareció un personaje o movimiento político que haya logrado ubicarse en el centro de la escena, o durar en él más de unas pocas semanas. Es lo que hay. Es pobre, lo sé, por eso planteo la discusión política. Y solo recibo ladridos.
La muerte de este fiscal, penosa, dudosa, política, conmovedora, lejos de invitar al análisis, ha despertado una catarata de conclusiones a priori que no se sustentan en la realidad, simplemente conforman la idea ya asumida de que todo lo malo que pasa en el país es responsabilidad del gobierno. Si aumenta el pan, si la ciudad se inunda o si el fiscal muere. Algunas cosas son responsabilidad del gobierno, otras no. Y hay otros poderes que influyen y actúan políticamente. No se castiga a un delincuente y la culpa es de Cristina. Nadie dice que la culpa es del Poder Judicial. Un poder que escapa a la voluntad popular casi por completo. Y está compuesto por personas, con ideas, con capacidad de ser influenciadas, con agenda. Es más fácil y tranquilizante decir es “el gobierno” sin siquiera recordar lo aprendido en la secundaria que decía que el gobierno tiene tres patas, y el ejecutivo es solo una. Eso tranquiliza porque reafirma el concepto que tenemos de que es el gobierno el responsable de todos los males. Indagar circunstancias es ocioso, van a desvirtuar nuestra conclusión previa y minar nuestra construcción de lugar. Y eso molesta. Así creo yo que funcionan las mentes de muchos. Y creo que es la misma razón por la cual recibo puteadas como respuesta a planteos de debate, ideas, de usar la razón, o simplemente pedir paciencia antes de saltar a conclusiones. Y termino con lo que ya dije muchas veces. La clase política es tan mediocre, corrupta y falta de ideas porque es un fiel reflejo de lo que somos como ciudadanos. De onda lo digo. Y no me importa que me puteen. Si lo digo respetuosamente, me putean igual. He dicho.