Es
clásico en los evangelios el faltante de toda mención a Jesús por un largo
período que, cual exilio de Perón, dura unos 18 años. La última mención de la
juventud es a los 12 años y el famoso berrinche en el Templo. Luego aparece
para un lavado de cabeza con Juan el Bautista aproximadamente a sus 30 años.
Nada se menciona en el medio. Por sus discursos y su actividad se puede deducir
que anduvo por oriente, ya que muchas de sus enseñanzas se parecen más a las
ideas que circulaban en India por entonces que las del Antiguo Testamento y las
costumbres hebreas. Poner la otra mejilla es uno de tantos ejemplos que
contrastan con las anécdotas de los libros del Antiguo Testamento, cargadas con
venganzas de todo tipo.
En
uno de los evangelios ocultos, esos que no llegaron a integrar el Nuevo
Testamento, se menciona, sin embargo, una aparición de Jesús intempestiva en
medio de ese período del que los 4 evangelios no hacen mención alguna. Y es
cuando don José muere. No recuerdo cual evangelio (perdí el libro prologado por
Borges) pero probablemente haya sido el Protoevangelio de Santiago, escrito
cerca del año 150 y del que se conocen más de 140 manuscritos. Cuenta que José
llevaba ya un período largísimo de tiempo muy enfermo y ya estaba agonizando.
Cuando Jesús llega se da con un cuadro típico de un enfermo terminal de
aquellos tiempos. A la familia rodeando al enfermo esperando el desenlace se
sumaban en este caso un séquito de ángeles que revoloteaban por la habitación
sin saber que hacer, ya que se trataba nada menos que del padre terrenal de
Jesús, el ungido. Esta indefinición por parte de estos personajes subalternos
del cielo enviados para aparentemente acompañar el alma de José al otro mundo,
explicaba la eterna agonía de José que no moría de una vez a pesar de su
irremediable condición. Jesús, al hacerse presente, habla con José, hace las
paces y se despide. Luego, dirigiéndose a los ángeles, les dice que está todo
bien y que porsigan con su tarea. Al cabo de este episodio José muere y se va
al cielo.
Aquí
aparecen una serie de señales muy curiosas que merecen señalar. A pesar que
algunos creyentes no les guste, voy a expresar lo que yo saco de este episodio.
Jesús, como mencioné antes, tiene una formación que choca de bruces con algunas
leyes del Antiguo Testamento. Hay un conflicto que subyace a lo largo de los
relatos con su padre, el Dios de la Biblia. Lo que se lee entre líneas el
genial José Saramago lo hace explícito en su formidable ficción “El Evangelio
según Jesucristo”. Aquí hay una resistencia a lo largo del relato de Jesús de
aceptar su rol de carne de cañón para el perdón de los pecados del hombre. No
comprende su rol y se resiste a él. En los evangelios blanqueados, en
particular en el de Juan, hay un episodio muy dramático que deja al descubierto
este conflicto y transcurre minutos antes de ser detenido Jesús, en el Monte de
los Olivos cuando pide sin rodeos al padre que le “saque este peso de encima”.
No quiere ese rol para él. Y en el episodio de José hay una muestra más de esta
diferencia: Jesús no es Dios. Jesús, al igual que Hércules y otros personajes
de la antigüedad que fueron producto de la cruza de un dios y un humano, no es
lo mismo que el dios, es otro personaje. El erudito de la Universidad de
Princeton Bart Erhman justamente dedica un libro a explicar cuando Jesús se
convierte en Dios. Esto pasa más de un siglo después de estos eventos. Mientras
tanto, durante su vida, todo hace pensar que Jesús era una persona y muy
diferente a su padre. Y él conserva en la tierra una cuota de poder que es
respetada o al menos temida por el piquete de ángeles que no se animan a
llevarse el alma de José sin su consentimiento. La muerte de José queda así
documentada en este evangelio y Jesús interrumpe su famosa desaparición de 18
años al hacerse presente en ese momento. La primera vez que lo leí me hice la
fantasía que Jesús promediaba sus 20 cuando muere José, pero investigando más
tarde de otras fuentes aparentemente ocurre muy próximo a su reaparición, cerca
de sus 30.
Unos
quince siglos después, María de Jesús de Ágreda (1602-1665-foto), una monja española,
un buen día empezó a escribir una monumental obra de cuatro tomos con la
historia de María, la madre de Jesús. Esta obra, según esta monja, fue dictada
en sueños por la propia protagonista, convirtiendo este largo relato en la
autobiografía de María, para los que creen en ella. Sin entrar a cuestionar la
validez del documento, la mera historia del mismo y su existencia conforman un
hermoso e intrigante contexto que invita a la lectura. El texto fue reconocido
por Papas y teólogos a lo largo de estos cuatro siglos. Y a mí lo que más me
impresionó es que esta monja del siglo XVII, sin gran erudición ni acceso a los
evangelios ocultos de los primeros siglos, relata con detalle lo que pasó a
conocerse como la “alegre muerte de San José”. Cuenta como José estuvo ocho años
cargando su enfermedad, sus conversaciones con la familia, la aparición de
Jesús y los diálogos con su padre. También destaca la presencia de los ángeles y el estado dubitativo de los mismos. El problema lo soluciona el propio Jesús en términos muy parecidos a los relatados en el evangelio, pero aquí con diálogos y situaciones más detalladas. Ambos relatos sobre la muerte, tan distanciados en tiempo y espacio, asombran por la superposición de la situación. A su muerte, José contaba con 108 años, esto
en sintonía con el Evangelio de Felipe y otros relatos como las del propio
Santiago. Los detalles de como José, ya anciano, termina a cargo de la joven María, además de estar detallados en estos Evangelios, aparece reproducida en el Corán. A los curiosos les sugiero que
busquen las lecturas, tanto de los Evangelios Apócrifos como “La Mística Ciudad
de Dios”, como se llama la obra de la Venerable Sor María de Jesús de Ágreda, como pasó a ser conocida María Coronel de Arana, su nombre de nacimiento. Yo confieso
que estas lecturas me apasionan más que Games of Thrones o el Señor de los
Anillos que tanto furor hacen en la actualidad. Yo tengo mis dudas y respeto
tanto a los que creen como a los que piensan que todo esto es pura fábula. Pero
la mera posibilidad que algo de esto haya ocurrido ya es motivo de un sano
asombro que me resisto a abandonar.