domingo, 17 de julio de 2016

ESTEREOTIPOS ROBADOS DE LOS JARDINES DE LA REPÚBLICA

Mi presente es en un pueblo tranquilo del interior. Pero hace décadas era bastante asiduo a la noche tucumana. Y si bien sabía que a la larga el folclore decantaría y pasaría a formar parte importante de mi quehacer, en ese momento las largas caminatas nocturnas y solitarias que me eran familiar me timbreaban más imágenes de Los Sonidos del Silencio de Paul Simon que alguna insinuación telúrica local. Y de esa falta de familiaridad con cierto léxico se me viene a la memoria una construcción visual que paso a contar. 
En aquella época conocí una chica que se preciaba de ser dark, under o postmoderna, según sus propias definiciones. Algunos de esos códigos eran nuevos para mí y el postmodernismo que conocía se refería a uno de los libros más célebres de mi viejo que aun se consulta sobre literatura hispanoamericana que sospecho no era la disciplina que importaba a la susodicha.

Y como esta persona trabajaba esporádicamente como gastronómica en algunos bares de moda, si yo escuchaba el término “mozas bizarras” inmediatamente su imagen se me venía a la mente. Y si bien su carácter daba “pa que la farra pueda seguir”, tampoco creo que era el estereotipo que tenía en mente Don Virgilio Carmona cuando compuso la célebre cueca-zamba que inmortalizó la negra Sosa. Y para colmo personaje raro y único con que me topé en años pero don Virgilio hace referencia a “unas cuantas” presentes en un mismo tiempo y espacio. Evidentemente hablamos de cosas distintas. 
Mi trabajo en una fábrica tradicional del interior como fue el aleccionador paso por un ingenio azucarero me acercó a cierta cultura folclórica que me resultaba esquiva en la capital, donde vivía. Así conocí la chanfaina, por ejemplo. En Simoca los sábados de feria, pero no en la feria sino cruzando la calle, en una casa de familia donde degusté la mejor comida regional, por lejos. Salíamos de trabajar 11:30am los sábados así que a las 12 ya estábamos sentados en el palier o en la sala de esta casa, donde estaban las mesas coquetas e impecables. Y eran las 3 de la tarde y seguíamos dándole al diente. Se cerraba la ceremonia con los postres regionales y para bajar todo, luego de varias botellas de ¾, el infaltable fernet con coca. Nunca una pesadez, nunca un desarreglo. Empanadas, tripa rellena, pato, cabrito, la mencionada chanfaina, chorizos de cerdo, tira de asado y muchos detalles más. Era todo rico así que pedíamos un poco de todo en lugar de un plato determinado. No terminábamos nunca. Regado bien y con pan casero. Una de las razones por las cuales entre al ingenio pesando 58kgs y para cuando renuncié pasaba los 80. Pero valió la pena. Y volviendo a la zamba, cuando menciona guitarra, bombo y violín no se refiere a Boris Belkin sino a los simoqueños. Esa escuela que lejos de apoyar el instrumento en el mentón y variar el ángulo del arco para atacar las distintas cuerdas como enseña la academia lo apoyan en la panza, el arco lo sacuden perfectamente horizontal y es el violín el que gira de un lado al otro, apoyando varias cuerdas a la vez y sacando ese sonido tan particular. Los años y las vivencias me permitieron ir entendiendo las letras y valorando cada vez más las raíces y las sensaciones de la región. Y hasta tolerar cierta discriminación intrínseca cuando la joda es “pa las del norte” y no para las otras. Tucumán se ve distinto cuando se lo mira desde el interior. Más hoy que la ciudad me impacienta y siento que me expulsa, me agrede. El presente en este pueblo se parece tanto al pasado que viví en la ciudad. El biorritmo pausado, contemplativo, el saludo hasta con los desconocidos, el tiempo ralentizado. Aquí se comprende fácil los versos referidos. Y es una manera de aferrar algo que no queremos que desaparezca.

sábado, 2 de julio de 2016

LA VÍSPERA

Era nuestro año. Egresábamos del Instituto Técnico ese 1974 y teníamos el derecho de organizar los bailes y la semana del colegio. El primer gran baile era esa noche. Y habíamos contratado a un dúo que era muy conocido entre los que oíamos música de la buena. Pero por la radio no se pasaba eso así que populares, lo que se decía populares, no eran. Un tal Charly García y su compañero Nito Mestre nos animarían la noche. Los trajimos en la primera de la Estrella del Norte, ni siquiera para pullman nos alcanzaba. Entre señoras con gallinas y paquetes improlijos de papel madera bajaron ambos, con las pestañas blancas de la tierra del viaje de 20 horas. Y caminando ladeado por una desviación de columna, el representante, Gabriel Melgarejo, enojadísimo por las
circunstancias del viaje. Yo era el vocero del curso y trataba de calmarlo. Los llevamos a almorzar a “Mi Abuela”, lo más barato que había por entonces con menú único. Luego los llevamos a San Javier donde los chicos (tenían 22 años) la pasaron bomba. Ahí me convidó Charly lo que se convirtió en el primer porro de mi vida. Ni cigarrillos fumaba ni fumé nunca. Con Melgarejo nos cruzamos varias veces en distintos recitales y terminamos muy amigos. La última vez que lo vi fue en La Falda, Córdoba, donde me presentó así, como “mi amigo” a León Gieco, el único cliente que le quedaba. A los pocos meses de eso me enteré de su muerte, arrastraba una larga enfermedad muy bien disimulada. Volviendo al relato; el país era un caldero de violencia de todo tipo, ese 1974. Y esperábamos recaudar una cifra en el baile. Algo así como 2000 chicos nos imaginábamos basados en experiencias de años anteriores. Les pedimos a los compañeros que tuvieran armas en sus casas que la lleven, para cuidar la caja. La boletería se armaba en la sala de profesores y se vendían las entradas por la ventana que daba a la calle. Para cuando comenzamos la venta la sala parecía un arsenal: armas cortas, armas largas, escopetas de 2 caños, del calibre que sea. Todo un estilo de época. La noche no ayudaba, llovizna y paro de colectivos. Debíamos favores y dineros a todo el mundo. Finalmente fueron 1400 los que abonaron religiosamente los $18 “pesos ley” de la entrada, estábamos salvados. Recuerdo a uno que se quejó del precio diciendo ¿Dieciocho? ¿Qué actúa Sandro? No tenía idea quienes eran Sui Géneris. Y junto a los plomos y el sonidista que llegaron de Bs.As. también llegó el rumor, uno que me hizo sentir un frío por la columna: el viejo había muerto. Las autoridades están decidiendo cuando anunciarlo. Todo la carne en el asador y si la noticia salía a la luz antes de tiempo era obvio que el baile y cualquier otra fiesta o celebración se suspendería. Y nos fundíamos, dicho sea de paso. Adiós gira. En ese clima actuaron Sui Géneris y su banda que eran nada menos que Juan Rodríguez en bata y Rinaldo Rafanelli en bajo, antes de que se hicieran leyenda. La noche pasó espectacular, a la mañana siguiente, domingo, pudieron desarmar todo y rajaron para la capital. El lunes, 1° de julio, anunciaban pasado el mediodía que Juan Domingo Perón había muerto. El país se paralizó. Pero la vivencia de unas horas antes no me la quitó nadie.