sábado, 9 de agosto de 2014

MELANCÓLICOS ANONIMOS

 Simplemente pensar, en nada justamente. Mi vida estos últimos dos meses ha sido algo vertiginosa, pa mi gusto. Pero no me debo quejar, ya que es una construcción adrede.
Pocos horas separan la llegada a casa desde algún confín, en este caso la ciudad de Concepción, donde anoche tocamos con los Peces Gordos en un show muy gratificante (vivo en San Pedro, nos queda lejos) y partir de nuevo hacia otro lado, el lunes a la madrugada rumbo al Salar de Olaroz.
Entonces hoy decidí sentarme en el fondo de casa, notebook en mano y contemplar. Escribir. Parecido a no hacer nada, para algunos. Yo tengo mis dudas, tampoco me la creo que estoy haciendo “algo”.
La entropía es un concepto físico molesto. Sirve para poco, pero llega a incomodar más allá de la física misma, en particular, la filosofía. El universo tiende al caos. Es más probable un vaso roto a uno sano. ¿Por qué? Porque el proceso de romper un vaso es un paso sencillo. Una vez roto, volverlo al estado sano es casi imposible. Y de lograrse, requiere muchos pasos complejos. Dicho eso, me lleva a pensar que nuestra casa está en un estado físico muy probable. Lo de escribir en el fondo no solo responde al amor por la naturaleza, es casi el único lugar posible. A la tarea de acomodar libros iniciada hace semanas, se suma que hoy estamos pintando. Y ayer podamos un árbol. Así que sentado entre ramas, estantes y cajas al aire libre, mientras que puertas adentro la casa parece una de esas fotografías de Bagdad luego de una visita de George W, escribir parece solo una excusa para no hacer demasiado, en un intento que mis pocas horas de quietud no se volatilicen en tareas necesarias pero evitables.
En realidad la suma de tareas es circunstancial. No suelo ser tan exitoso en mi trabajo ni es cosa de todos los días salir a tocar en otras partes con mi banda. Escribiendo esto se me vino a la mente la definición del intelectual del desprendimiento con lo ajeno, don Carlos Saúl cuando atribuía todo a “una casualidad permanente”. Algo de eso hay aquí, se me late.
Tengo un amigo, alguien que me enseñó mucho, que tiene su taller en Pompeya. Ese rincón de Buenos Aires entre tanguero, industrial, algo decadente, con aroma a Riachuelo que visito casi exclusivamente cuando voy a visitarlo a él. Tiene 85 años y sigue trabajando. Yo lo cargo comparándolo con el Juez Fayt. Y no solo repite un trabajo que hace desde toda su vida, está innovando, inventando, buscando aprender y aplicar cosas nuevas. Me hace sentir vergüenza, yo aquí buscando la manera de trabajar menos. Tengo demasiadas inquietudes más allá del laburo. Pero me sorprendo muchas veces zambullido entre apuntes, libros y fórmulas investigando y aprendiendo más sobre mi especialidad. Es evidente que me gusta la música, la literatura, la historia, la política, las relaciones humanas. Pero también me gusta lo que elegí a los 18 años cuando decidí entrar a esa Facultad en particular y a esa carrera. Mi amigo me llama 2 o 3 veces por semana, un estereotipo de porteño de barrio con todo lo disfrutable y poco de lo molesto. Ayer discutimos sobre diferencias semánticas. A mi no me gusta la manera que él, y todos sus colegas, llaman a ciertos conceptos y le explicaba por enésima vez. Y él entiende y sabe que tengo razón, pero la costumbre, mala, lo lleva a no cambiar. Los jóvenes somos así, me dice, entendenos, somos duros. Vos sos un pibe, me dice, desde que nos conocimos, cuando la frase era absolutamente cierta. La vida tiene sus límites, y la perspectiva cambia a medida que nos acercamos a ellos. No es el mismo para todos y eso hace incierto el instante siguiente. Y hay un miedo latente a perder esos afectos. Saber que algún día tendremos que aprender a vivir sin ellos. Y por eso me emocioné tanto que aparezca Ignacio/Guido, a tiempo para Estela.

Todos los casos me emocionan, pero en este hay un pequeño adicional. Me hubiera oprimido el corazón, que justamente Estela, la que puso el pecho, el esfuerzo y su vida a la tarea de buscar nietos y con tanto éxito para muchos, se haya ido de este mundo sin encontrar el suyo. Y estando tan cerca. Mirá vos, como empezamos con la entropía y terminamos hablando de esto. En realidad solo quería mencionar que si no fuera por esa ininterrumpida pérdida de afectos con la que uno debe aprender a convivir, la vida sería bastante parecida a perfecta.