sábado, 2 de julio de 2016

LA VÍSPERA

Era nuestro año. Egresábamos del Instituto Técnico ese 1974 y teníamos el derecho de organizar los bailes y la semana del colegio. El primer gran baile era esa noche. Y habíamos contratado a un dúo que era muy conocido entre los que oíamos música de la buena. Pero por la radio no se pasaba eso así que populares, lo que se decía populares, no eran. Un tal Charly García y su compañero Nito Mestre nos animarían la noche. Los trajimos en la primera de la Estrella del Norte, ni siquiera para pullman nos alcanzaba. Entre señoras con gallinas y paquetes improlijos de papel madera bajaron ambos, con las pestañas blancas de la tierra del viaje de 20 horas. Y caminando ladeado por una desviación de columna, el representante, Gabriel Melgarejo, enojadísimo por las
circunstancias del viaje. Yo era el vocero del curso y trataba de calmarlo. Los llevamos a almorzar a “Mi Abuela”, lo más barato que había por entonces con menú único. Luego los llevamos a San Javier donde los chicos (tenían 22 años) la pasaron bomba. Ahí me convidó Charly lo que se convirtió en el primer porro de mi vida. Ni cigarrillos fumaba ni fumé nunca. Con Melgarejo nos cruzamos varias veces en distintos recitales y terminamos muy amigos. La última vez que lo vi fue en La Falda, Córdoba, donde me presentó así, como “mi amigo” a León Gieco, el único cliente que le quedaba. A los pocos meses de eso me enteré de su muerte, arrastraba una larga enfermedad muy bien disimulada. Volviendo al relato; el país era un caldero de violencia de todo tipo, ese 1974. Y esperábamos recaudar una cifra en el baile. Algo así como 2000 chicos nos imaginábamos basados en experiencias de años anteriores. Les pedimos a los compañeros que tuvieran armas en sus casas que la lleven, para cuidar la caja. La boletería se armaba en la sala de profesores y se vendían las entradas por la ventana que daba a la calle. Para cuando comenzamos la venta la sala parecía un arsenal: armas cortas, armas largas, escopetas de 2 caños, del calibre que sea. Todo un estilo de época. La noche no ayudaba, llovizna y paro de colectivos. Debíamos favores y dineros a todo el mundo. Finalmente fueron 1400 los que abonaron religiosamente los $18 “pesos ley” de la entrada, estábamos salvados. Recuerdo a uno que se quejó del precio diciendo ¿Dieciocho? ¿Qué actúa Sandro? No tenía idea quienes eran Sui Géneris. Y junto a los plomos y el sonidista que llegaron de Bs.As. también llegó el rumor, uno que me hizo sentir un frío por la columna: el viejo había muerto. Las autoridades están decidiendo cuando anunciarlo. Todo la carne en el asador y si la noticia salía a la luz antes de tiempo era obvio que el baile y cualquier otra fiesta o celebración se suspendería. Y nos fundíamos, dicho sea de paso. Adiós gira. En ese clima actuaron Sui Géneris y su banda que eran nada menos que Juan Rodríguez en bata y Rinaldo Rafanelli en bajo, antes de que se hicieran leyenda. La noche pasó espectacular, a la mañana siguiente, domingo, pudieron desarmar todo y rajaron para la capital. El lunes, 1° de julio, anunciaban pasado el mediodía que Juan Domingo Perón había muerto. El país se paralizó. Pero la vivencia de unas horas antes no me la quitó nadie.

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