Hace unos días haciendo un comentario aquí mencioné el
rodrigazo del 4 de junio de 1975. Yo me acuerdo patente el momento de oírlo por
la radio: iba en el auto manejando por calle Jujuy entre Piedras y Gral. Paz
cuando la prendí y el ministro Celestino Rodrigo estaba pintando el panorama
del país previo al anuncio de los tarifazos y al aumento del dólar. Como
escribió Luis Gregorich para el guión del gran documental “La República
Perdida”, que contaba que al día siguiente nos despertamos para descubrir que
éramos un país pobre.
Yo cursaba el primer año de la facultad y como el menor de
todos mis primos tucumanos, hacía lo mismo que mis mayores: seguía viviendo en
la casa materna, sin trabajar y estudiando. Comprendí que ya no iba a ser tan
fácil ni tranquilo hacerlo. Y para peor la relación con mi madre no era de las
mejores. Ese año empecé a marmolar mis estudios con trabajos esporádicos de
electricidad y ni bien me desocupé de los exámenes en diciembre busqué trabajo.
Eso todavía existía porque estábamos con la desocupación más baja de la
historia aunque en un ambiente muy convulsionado. Conseguí a los 3 días entrar
como electricista de la firma Indiana, la concesionaria de Peugeot. Lo acepté
sabiendo que en 2 meses iba a tener que renunciar para seguir con mis estudios,
pero me iba a permitir comprar herramientas e instrumentos para poder seguir
como independiente el resto del año. Era mi primer trabajo formal, tenía 19
recién cumplidos. De ese mes y pico tengo 2 anécdotas, esta es la primera. Para
no tener experiencia formal y con el título de técnico obtenido menos de un año
atrás mi desempeño fue muy bueno. Reemplazaba a un laburante histórico que se
retiró a las 2 semanas de entrar yo, período en el cual me transmitió todo lo
que yo podía absorber. Ya solo, como el único electricista de la concesionaria,
me dan a controlar un Peugeot 504, lo más nuevo de Peugeot de entonces, que
tenía una sola falla, sencilla. No andaba el “sapito”. Luego del rodrigazo los
autos eran un lujo, caros, difíciles de llenar el tanque y caros los repuestos.
Reviso la instalación y estaba perfecta, le apunto al motorcito que bombea el
agua al parabrisa. Era moderno el sistema, los sapitos de aquella época eran
normalmente una ampolla de goma que operaba gracias a la fuerza del pulgar.
Esto de una bombita eléctrica era un pequeño lujo. Y el motorcito era de
plástico, compacto y una de las pocas cosas del 504 que era importado, lo que
lo hacía absurdamente caro para la función que cumplía. Lo reviso y ahí estaba
el problema. No andaba y no había manera de repararlo, se tira y se pone nuevo.
Le aviso a mi jefe la novedad y me dice: “vení, te presento a la dueña y de
paso le contás”. Esto era nuevo, yo no tenía casi nunca contacto con los
clientes, era un obrero del taller. Todos tenían pantalón y camisa Grafa
provistos por la empresa. Yo que era nuevo no los había recibido todavía así
que vestía el mameluco azul que usaba en mis clases de taller del Instituto
Técnico. Llego a la recepción y un par de empleados rodeaba a una señora
compacta, redondita de pelo negro sentado en una silla. Me acerco con el
aparatito en mi mano y levanta la vista para mirarme. Era Mercedes Sosa. Me
saluda, mira el muerto en mi mano y mira al empleado administrativo que la acompañaba.
Sin esperar mi explicación me dice “ya se hijo, ya me contaron, pero no puedo
pagar tanto por ese arreglo, no tengo esa plata”.
Se me hizo un nudo el corazón, no estaba todavía en la situación que le conocimos años más tarde y Rodrigo nos golpeó a todos. Y en dos meses más caía el golpe más terrible de nuestra historia que, como a muchos, la obligaría a emigrar por muchos años. Tuve que colocar el motorcito de vuelta en su sitio y se llevó su 504 tal como lo trajo, sin sapito. Una metáfora de lo que se venía. Íbamos a perder todo lo que nos permitía ver más claro para sumergirnos en una larga noche de 7 años.
Se me hizo un nudo el corazón, no estaba todavía en la situación que le conocimos años más tarde y Rodrigo nos golpeó a todos. Y en dos meses más caía el golpe más terrible de nuestra historia que, como a muchos, la obligaría a emigrar por muchos años. Tuve que colocar el motorcito de vuelta en su sitio y se llevó su 504 tal como lo trajo, sin sapito. Una metáfora de lo que se venía. Íbamos a perder todo lo que nos permitía ver más claro para sumergirnos en una larga noche de 7 años.
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