jueves, 21 de enero de 2016

CUARTO PISO

Relato Veraniego

Se despertó a una hora indefinida. El fuerte olor a limpio de la sábana le resultó extraño. La oscuridad total solo aportaba al desconcierto. Estaba en la bodega de un barco, en una cama por primera vez en dos meses, pero no lo recordaba. Lo más concreto que tenía para aferrarse a la realidad era el sueño que había tenido hace instantes. Era la recreación exacta de lo vivido 72 horas antes. Estaba en el monte, como llamaban a la loma, parapetado tras unas rocas, a pocos metros de la guarida excavada en el duro terreno y que había sido su hogar todo ese tiempo. Su grupo era la última línea de defensa. Si caían, sería solo cuestión de horas para que Puerto Argentino vuelva a manos del invasor. Pero se tenía confianza. No era un simple conscripto, era un infante de marina. El y sus compañeros venían de dos años de instrucción, bien entrenados, alimentados y bien pertrechados. Mira infrarroja, fusil de mayor calibre y alcance que el enemigo. Lo pudo ver avanzar en la noche con bastante anticipación. Si tan solo los miles de otros soldados desplegados en las islas hubieran tenido su formación, seguridad en si mismo y su entrenamiento, la guerra ya se habría ganado. Esa noche, recreada por flashes desordenados en su sueño, había herido al menos a tres, quizá uno muerto. Luego de la derrota, ya rendido y sin su arma, tuvo que desfilar frente al enemigo. A diferencia de la mayoría, disimulaba su agotamiento y caminaba erguido, miraba de frente, orgulloso de estar ileso y sabiendo que su uniforme infundía respeto entre la tropa enemiga.  Recuperado de la desorientación inicial, se sabía en el barco que lo estaba llevando a la Isla de Ascensión. Sentado en la cama y en la oscuridad, decidió que la Marina sería su vida. Nada de volver al mundo civil. Había encontrado su vocación, había estado en batalla, se había ganado el respeto del enemigo, de sus compañeros y había descubierto una autoestima que nunca antes había sentido. El regresaba con sus compañeros, los que sobrevivieron, como parte de un ejército derrotado. Pero en esa oscuridad absoluta, en medio del Atlántico, él tenía una sensación de triunfo personal que no se atrevía a compartir.
Los años venideros fueron tumultuosos para las fuerzas armadas. Pero él se encerró en su profesionalismo. Respetado en la fuerza por su desempeño en Malvinas, su porte intimidante y su capacidad de aprender, al poco tiempo ya era un oficial de carrera que vivía sin excesos pero cómodamente, de su vocación.

Una noche de junio de 1982 había visto la muerte cara a cara, había estado en batalla con un enemigo formidable. Las luces de la mañana todavía lo encontraron resistiendo cuando llegó la orden de replegarse. Todo lo que vino después le resultaba liviano. Sentía que la vida transcurría sin esfuerzo alguno, que era intocable, que estaba un poco por encima del resto. Y por su actividad iba siempre acompañado por su arma. Una distinta a la usada esa noche, pero arma al fin. Ya era una parte suya.
Ahora ya arrimándose a cumplir 30, con mujer y una hija, tenía todo para sentirse pleno. Solo el contexto, el país, dejaba mucho que desear. Había retornado la democracia hace varios años pero todo era difícil. El se mantuvo al margen de los conflictos carapintadas. Se encerró en su profesionalismo y en la cadena de mandos. No le gustaba la política. Tampoco quería saber nada que lo identifiquen con la dictadura. El había cumplido los 22 en Malvinas y desde ahí arrancaba su historia, al menos eso pretendía. No se consideraba un “héroe de Malvinas” como decían algunos. Combatiente, se definía. Tampoco excombatiente. Si la patria lo requería, estaba preparado para el combate. Por eso no aceptaba lo de excombatiente.
Ese verano decidió tomarse una vacaciones en serio. Pequeño burguesas le hubieran parecidos a sus ex compañeros de la secundaria. Merecidas, pensaba él. Depto de 3 ambientes en Mar del Plata. Segunda quincena. La primera noche, con su mujer e hija ya dormidas luego del largo viaje y un par de horas en la playa, decide quedar despierto un buen rato más. Con el living-comedor a oscuras, abre la ventana y se sienta con medio cuerpo afuera. Enciende un cigarrillo y le invade una sensación de realización. Lo había logrado. Una ambición modesta, una vocación que le permitía vivir de lo que le gustaba, una familia, casa en un barrio y un auto. No le faltaba nada, y antes de cumplir los 30.
Justamente desde la ventana, donde fumaba tranquilo, orgulloso, podía ver cuatro pisos más abajo, cerca de la esquina, el techo de su auto. Un 504 bastante nuevo, no cero kilómetro, pero muy decente. El techo verde metalizado brillaba, a pesar de estar algo sucio, bajo el amarillo intenso de la lámpara. Llevaba ya un rato contemplando el auto, detalle que cerraba el panorama exitoso que había construido en su cabeza, cuando ve acercarse una persona. Inmediatamente le llama la atención. Se acerca a la puerta del conductor, mira disimuladamente a ambos lados, y saca del bolsillo algo que comienza a introducir en la cerradura.
En un instante desaparece la imagen pasiva y de catálogo que había construido en su cabeza retornó el monte, el casco, el enemigo, las balas trazantes, los años de entrenamiento, el enemigo, la guerra, el enemigo. Instantes muy breves pero transcurridos como en una cámara lenta interminable. Mientras el cigarrillo caía al piso del living con la misma mano tomaba su arma que llevaba en el cinto, a su espalda. Sin decir una palabra (eso es de policías, no de soldados), apuntó al intruso que a todo esto alcanzó a abrir la puerta del auto y disparó tres veces. Seguidos, secos, acompasados. El hombre se desplomó sobre la calle. El marino se largó escaleras abajo los 4 pisos y en menos de un minuto estaba en la calle. Ya había varios curiosos a la vuelta del hombre que le impidieron verlo de inmediato. Pero si pudo ver el auto. Había algo extraño, las ruedas, el paragolpes, algo le resultaba poco familiar. Levantando la vista lo ve. Auto de por medio, más cerca de la esquina, alcanza a reconocer su Peugeot 504, estacionado, tranquilo, intacto. Mismo color pero un poco más viejo que el auto estacionado con la puerta abierta. A la par, el hombre tendido, muerto, con su llavero todavía en la mano.  


(inspirado en una noticia real)      

jueves, 7 de enero de 2016

DESESPERADA POR TUS GOLPES

SOBRE LA PELI FIFTY SHADES OF GREY
            Esta frase del título pertenece a mi entrañable amigo y hermano Luis Albornoz. Y se refiere con ironía y sorna a esa cultura de objetivizar a la mujer, como los deplorables programas de Tinelli y tanta revista del corazón que hace de cómplice, y la aceptación de ese rol asignado por algunas mujeres. El motivo de estas líneas me traerá más dolores de cabeza que mis opiniones políticas, si eso fuera posible. Hace un par de noches pude ver (en casa y por descuido) el film “50 shades of Grey”, nombre complicado de traducir pero que literalmente quiere decir “50 sombras de grises” y que solo cobra sentido si el apellido del protagonista y el nombre del imperio que posee fuera “Grises”.
            Daré crédito por ignorancia al libro, cuyos lectores manifiestan superior a la película. Pero el concepto central no debe diferir demasiado. El film tiene una impecable fotografía en interiores, deja bastante que desear en tomas externas. Los protagonistas son de segundo orden y se nota claramente. En un tema tan delicado las expresiones pasarían a un primer plano y lo gestual debería trascender a un libreto pobre por donde se lo mire. Pero no estamos hablando de grandes nombres y el director no dispone de ese lenguaje o directamente no lo percibe. De haberlo hecho hubiera afilado el lápiz a la hora del casting. Esto en cuanto a lo técnico.
            Ahora pasemos al mensaje. Aquí hay una celebración grosera del poder adquisitivo y encima de esa incorrección (desde mi punto de vista) va como aderezo la transformación de la mujer en un simple capricho pasajero. El personaje masculino es una amalgama perfecta de Ricardo Arjona y Mauricio Macri, parafraseando al primero. Un hombre, joven ideal de 27 años soltero y multimillonario, tiene caprichos que solo se entienden en su condición de tal. Un empleado provincial categoría 14 recibiría una merecida bofetada con solo insinuar alguno de los caprichos que se le toman en serio a este individuo de ficción. Un hombre que vive ejerciendo el poder de manera discrecional gracias a su posición de dominio dentro de su propio imperio solo se excita si puede trasladar ese dominio absoluto al plano sexual. Y para ello necesita una partenaire que acepte todas sus condiciones, que como buen empresario, las expresa en forma de contrato.
            La frustración que me transmite no pasa ni por asomo por la impunidad y la demostración de capacidad adquisitiva del protagonista que transciende cómodamente lo material, sino por la complicidad que recibe por parte del personaje femenino, que accede por curiosidad y placer a asumir un rol del que estoicamente algunos tratamos de evitar para este género tan maltratado históricamente. Y que tanto libro como película haya tenido el éxito que tuvo entre el público femenino me hace pensar que los avances de las ideas son más lentos que lo supuesto. Que en pleno siglo XXI se intente demostrar algún tipo de valor a este juego de sumisión y mostrarlo como una transgresión progresista tipo libertad sexual dan ganas de gritar “Torquemada volvé, te perdonamos”. Ya no se si sueno anticuado o demasiado moderno. Pero mi conclusión es esta: una mala película de un peor concepto.