Relato libre sobre eventos
desconocidos de la Semana Santa
Luis Octavo
Corvalán
Marzo de 2016
Parte 1: La
llegada
Simón
acomodó el tronco y se sentó. Aprendió la distancia justa. Muy cerca y recibía
un silencio incómodo que podía durar toda la noche. Demasiado lejos y se
condenaba a un anonimato intrascendente y se perdía las novedades. Siempre
había novedades. A esta distancia sabía que Jesús se largaba a hablar solo,
pero sabiendo que Simón, para entonces llamado Pedro, podía escucharlo
claramente. Ese diálogo indefinido, sin interlocutor establecido, fue la manera
que tenía Pedro de llegar un poco más allá de las palabras destinadas a toda la
tropa y poder escarbar adentro de esa mente brillante que tanto le costaba
entender.
Comenzaba a caer la noche pero quedaba tiempo para llegar a las casas de los amigos que los esperaban. Pero la decisión fue acampar afuera y entrar a la ciudad recién con las luces de la mañana. Había que cumplir algunas formas, y eso irritaba particularmente a Jesús, que había dedicado su vida adulta a violarlas. Le importaba el fondo, un mensaje, enseñanzas que rompían con siglos de costumbres que incluso como tales ya se habían distorsionado mal.
El silencio duró algunos minutos, hasta que se escuchó el primer comentario, casi un susurro. “No va a ser fácil”, alcanzó a oír Pedro. Sabía que se refería a la jornada siguiente y los días posteriores. Jerusalén se podía, en tiempos normales. Era un pueblo bullicioso pero manejable. Pero esta semana era distinta. Con las presencia de Herodes y la de Pilatos con sus soldados, los visitantes y mercaderes que aprovechan la situación, Pedro estaba intranquilo. Muchas cosas podían salir mal. No entendía la razón, pero como tantas cosas que no entendía, aceptaba que algún motivo importante debía haber para llegar a Jerusalén justo para estas pascuas. Para mostrar que estaba compenetrado de la situación atinó a comentar: “Conseguimos el burro.”
Comenzaba a caer la noche pero quedaba tiempo para llegar a las casas de los amigos que los esperaban. Pero la decisión fue acampar afuera y entrar a la ciudad recién con las luces de la mañana. Había que cumplir algunas formas, y eso irritaba particularmente a Jesús, que había dedicado su vida adulta a violarlas. Le importaba el fondo, un mensaje, enseñanzas que rompían con siglos de costumbres que incluso como tales ya se habían distorsionado mal.
El silencio duró algunos minutos, hasta que se escuchó el primer comentario, casi un susurro. “No va a ser fácil”, alcanzó a oír Pedro. Sabía que se refería a la jornada siguiente y los días posteriores. Jerusalén se podía, en tiempos normales. Era un pueblo bullicioso pero manejable. Pero esta semana era distinta. Con las presencia de Herodes y la de Pilatos con sus soldados, los visitantes y mercaderes que aprovechan la situación, Pedro estaba intranquilo. Muchas cosas podían salir mal. No entendía la razón, pero como tantas cosas que no entendía, aceptaba que algún motivo importante debía haber para llegar a Jerusalén justo para estas pascuas. Para mostrar que estaba compenetrado de la situación atinó a comentar: “Conseguimos el burro.”
Alcanzó a ver de reojo como Jesús
movía de un lado a otro la cabeza en señal de fastidio. Largos años de
caminatas, de conocer gente, países, de ver el sufrimiento de cerca, de sentir
hambre, amor y odios, se había hecho demasiado hombre. Volvía a Jerusalén
después de dos décadas. Y no era ya el mismo, aquel niño que podía asombrar por
sus conocimientos, recitar los libros, poner en contexto las parábolas con tan
solo 12 años. Ahora eso pasó a segundo plano, incluso mucho era motivo de
descarte. Talión, los muertos, el sábado, las lapidaciones. Cuanta energía
errada, cuanto había por revisar, por cambiar. Quería un nuevo hombre, una
buena nueva, un mundo diferente. Y de esos sueños, el burro era la menor de sus
preocupaciones. Mateo era el que cuidaba esos detalles. Los consideraba hitos
necesarios, para llamar la atención. Jesús en cambio los padecía. Se imaginaba
que siglos entrados, la gente lo recordaría por el burro, por las palmas, por
la ceremonia. Pero Jesús quería que sean sus ideas las que perduren. Y para
ello el burro era un estorbo.
En eso llegó un mensajero.
Confirmaba un dato que Jesús tenía por seguro: su madre y Magdalena ya estaban
en la ciudad. Ese mensaje significaba otro más encriptado e importante: que
Magdalena se había reunido con Claudia.
Claudia Prócula, la mujer del prefecto Poncio Pilatos, era amiga de Magdalena y simpatizaba con la causa. Sabía, por su amiga, que Roma y sus autoridades no eran motivo de las enseñanzas de Jesús y no estaban bajo amenaza. Las autoridades religiosas, con Caifás a la cabeza, tenían sus motivos de preocupación. Lo que Claudia desconocía por entonces eran los negocios en común que ilegalmente mantenían su marido y Caifás, tema que estallaría unos años más tarde cortando abruptamente las carreras de ambos.
El resto de la compañía se durmió rápido y la noche ya se había cerrado haciendo desaparecer el horizonte. En la otra dirección, la silueta de la ciudad tibiamente iluminada demarcaba el límite entre el cielo y la tierra, límite que Jesús en más de una ocasión intentó relativizar. Era una de esas cosas que a Simón Pedro le costaba entender. Unos minutos más tarde miró en dirección de Jesús esperando de un momento a otro un comentario que aporte algo más de información, pero ya estaba acostado y profundamente dormido. Y ahí se le vino a la memoria nuevamente la única y breve frase que su maestro había pronunciado: “no va a ser fácil”.
Claudia Prócula, la mujer del prefecto Poncio Pilatos, era amiga de Magdalena y simpatizaba con la causa. Sabía, por su amiga, que Roma y sus autoridades no eran motivo de las enseñanzas de Jesús y no estaban bajo amenaza. Las autoridades religiosas, con Caifás a la cabeza, tenían sus motivos de preocupación. Lo que Claudia desconocía por entonces eran los negocios en común que ilegalmente mantenían su marido y Caifás, tema que estallaría unos años más tarde cortando abruptamente las carreras de ambos.
El resto de la compañía se durmió rápido y la noche ya se había cerrado haciendo desaparecer el horizonte. En la otra dirección, la silueta de la ciudad tibiamente iluminada demarcaba el límite entre el cielo y la tierra, límite que Jesús en más de una ocasión intentó relativizar. Era una de esas cosas que a Simón Pedro le costaba entender. Unos minutos más tarde miró en dirección de Jesús esperando de un momento a otro un comentario que aporte algo más de información, pero ya estaba acostado y profundamente dormido. Y ahí se le vino a la memoria nuevamente la única y breve frase que su maestro había pronunciado: “no va a ser fácil”.
Parte 2: Caifás y
Poncio Pilatos
-Prefecto, lo espera
Caifás.
Suspiro de fastidio.
-Espero que se haya
bañado esta vez. Hacelo pasar.
Aparece vestido con
todos los atributos, la capa con incrustaciones cubriendo la cabeza en una
pompa innecesaria para la ocasión.
-Yusef, que alegría
verte nuevamente.
-Debo esperar las
Pascuas para que dignes visitarme, Poncio.
-Me dijeron mis fuentes
que Cesarea queda a igual distancia de Jerusalén que Jerusalén de Cesarea.
-Eso es un rumor que
generaron tus soldados, amigo. Vos tenés actividades aquí que te necesitan, yo
en Cesarea solo puedo contemplar el mar y comer en exceso, en gran parte por tu
culpa.
-Deberías ir ahora,
tenemos arte, comercio, mujeres. Imposible aburrirte. El mundo no termina en
estas murallas.
Caifás adopta un tono
serio, arrima su cabeza a la del Prefecto y dice:
-Tenemos que resolver lo
del Nazareno. Se está convirtiendo en un problema.
-Estoy al tanto, Yusef,
pero eso es problema tuyo, no el mío.
-Pero si dejo pasar su
arrebato del templo, eso afectará mis intereses. Yo recaudo de lo que allí
ocurre. Y sabemos ambos que ese dinero nos es útil.
-Mirá Yusef, es cierto.
Tenemos actividades que compartimos y tu aporte es ese dinero. Pero si yo
dedico mi tiempo, mi poder y mis soldados para asegurar tu renta, ¿cuál es
entonces tu aporte a nuestro negocio? Para eso me hago cargo del templo y
recaudo yo. ¿Crees que no puedo?
-Se hace llamar el Rey
de lo Judíos. Eso es intolerable, Pilatos. ¿Quién te dice que no va a ir por
vos después?
-¿Venir por mí? Mirá a
tu alrededor Yusef. Yo soy Roma, yo soy César. Un simple Nazareno que ni un
sable porta no es amenaza para mí. Para vos, que te cagaste en las patas cuando
ese Lázaro supuestamente resucitó, es un problema, no para mí.
-Estamos juntos en
mucho, Poncio. Vos me necesitás para terminar el acueducto. Contás con mi
dinero, y es mi pellejo el que se arriesga entregando esos fondos que le
pertenecen al templo. Yo creo en tu palabra que los fondos vendrán de Roma el
año entrante y podré reponer, pero soy yo el que está expuesto.
-Yo pude haberte
despedido y haber nombrado un nuevo sacerdote, como hicieron los cuatro que me
precedieron. Pero te mantuve ahí porque te creía un tipo razonable y me prometiste
colaboración. Y que mantendrías tranquilo a tus seguidores. ¿Recordás el
escándalo de las estatuas? Tus hordas me persiguieron hasta Cesarea y rodearon
mi casa más de una semana. No ordené a mis soldados que los maten porque soy un
tipo razonable. Y por suerte uno de esos tuvo la brillante idea de parlamentar
y llegamos a un acuerdo. Retiré los símbolos de Roma para no ofenderlos y la
cosa terminó ahí. Eso fue hace 5 años. Si por unos símbolos de mierda
reaccionaron así, imaginate si ahora mato a uno de sus ídolos. Solo para darte
el gusto, tranquilizarte. No me involucraré en tus asuntos. Si para vos es un
problema, resolvelo con tu gente, con tus tribunales, no me importa. Roma no
tomará cartas en este asunto, no durante las Pascuas. Tengo pocos soldados,
demora semanas o un mes recibir refuerzos de Siria. No me compliqués la vida.
-Está bien. No pelearé
contigo. Voy a ver que puedo hacer con mi gente. Pero al menos te pido la
colaboración de media docena de soldados armados si decidimos detenerlo, anda
siempre con un grupo de al menos 10 seguidores, a veces más.
-Eso ya lo dispones,
pero no me lo arriesgues en situaciones desfavorables. Si vas a detenerlo,
esperá a que quede solo.
-Gracias. Ahí le dejé a
tu asistente dos vasijas de un vino como la gente, no ese vinagre que te traen
de Grecia.
-¿No será ese vino que
tu amigo el Nazareno fabrica de apuro, como me contó Claudia?
Mientras Caifás se
alejaba preocupado se alcanzó a oír la carcajada de Poncio Pilatos que
celebraba su propia ocurrencia.
Parte 3: La misión de
Judas
-¿Por qué ahora, Jesús?
-Es la hora Judas, ya es
tiempo.
-Pero no entiendo por
qué tiene que ser de esta manera.
-Te soy sincero, amigo,
yo tampoco tengo claro por qué. Esta parte no es mi lucha, pero es mi destino.
-¿Y cual era la lucha,
entonces?
-Lo anterior. Los
pueblos, los caminos polvorientos, los pobres, los enfermos, las largas
charlas. Eso era lo mío. Era lo nuestro.
-Sigo sin entender por
qué estamos aquí, por qué te fascina Jerusalén.
-¿Fascinarme? Jerusalén
es conflicto, es guerra, es muerte. Pasarán los siglos y dentro de estas
murallas nos seguiremos matando. Yo estuve aquí de niño, por última vez. Tenía
12 años y tuve que huir como un criminal. Apenas pude despedirme de mi madre.
Pasaron 20 años hasta que tuve el estómago para volver. Y lo más probable que
no salga vivo de esta. No es fascinación precisamente, Judas. Y a vos también
te estoy condenando, amigo del alma. Lamentablemente sos el único que puede
comprender la tragedia que nos acecha. Pedro ni entiende lo que hablo, si no
fuera por Marcos que le explica todo. Los demás les falta mucho. Van a
entender, pero no en estas horas.
Apoyando la mano en el hombro de Judas, Jesús continua:
-Tenés la complejidad
que necesito para la dura misión que te toca. Vas a ir al centro mismo de la
muerte y les dirás exactamente donde encontrarme. No puede pasar de mañana.
-No me van a creer, la
traición es muy obvia.
-Diles que lo haces por
dinero. Toda traición cierra con dinero. Ahí te creerán.
-Lo haré porque creo en
la confianza que depositaste en mí. No es a mí al que creo, creo en tu
sabiduría. Tampoco entiendo, pero lo haré. Y es a pesar que la misión que me
pides excede en largo mi capacidad.
-¡¡Mi misión excede mi
capacidad!!- bramó Jesús. -No entiendo lo que viene, solo sé que es mi misión.
Tengo dudas, tengo miedo. Pero es lo que debe ser. Todos vamos a entender
después, cuando estemos del otro lado. Debes creer en esto Judas, tus amigos te
abandonarán, te repudiarán, pero yo estaré a tu lado.
En la planta alta de la casa estaban todos reunidos.
Hacía mucho que no estaban cómodos, sentados, compartiendo una cena en una
mesa. La charla era distendida, festiva. Jesús estaba, sin embargo, bastante
callado, para variar la costumbre. Y Judas Iscariote sumido en un preocupado
silencio. Antes de que los vinos hicieran efecto, Jesús habló:
-Hemos venido un largo
camino hasta aquí. Han sido buenos y persistentes en este ministerio. Me han
acompañado incluso en situaciones que sé que no entendieron. Esto que estuve haciendo
ustedes lo aprendieron, lo asimilaron. Quiero que continúen con esta tarea
cuando yo no esté.
-Maestro, ¿nos vas a
dejar?
-Se acerca la hora en
que debo regresar. Pero me quedo en cada uno de ustedes. Miren este pan que
estamos compartiendo, tomen un pedazo cada uno y al comerlo están comiendo una
parte mía. Vean esto como una comunión de todos nosotros. Una manera de
concluir en un solo cuerpo, una sola idea. Ese es nuestro poder, el poder de la
iglesia, de nuestra comunidad. Aquí comienza un nuevo tiempo, y son ustedes los
encargados de llevar este mensaje a los confines del mundo. Que este vino sea
mi sangre, que fluirá en cada uno de ustedes. Que con mi muerte se derramará, y
de esa manera todos renaceremos a un nuevo mundo. Vinimos para cambiar, para
terminar con la historia y empezar una nueva vida y construir un mundo
diferente.
Todos miraban asombrados, sabiendo que algo importante
estaba por ocurrir. Solo Judas miraba la mesa, sin decir una palabra, sin
levantar la vista. Jesús viendo su inacción se levantó violentamente y se
dirigió hacia él. Judas se incorporó sobresaltado imaginando una agresión
inminente. Jesús lo toma de la túnica, a la altura del cuello y mirándolo a los
ojos le dice en voz baja pero con agresión:
-Hermano, vos tenés algo
que hacer. Y lo que tienes que hacer, hazlo ahora.
Judas tenía los ojos humedecidos, pero antes que se
hiciera más evidente, dio la vuelta y se marchó.
Todos quedaron en silencio mirando a Jesús, que
permanecía de pie con la vista en la puerta abierta y la oscuridad de la noche
de Jerusalén que nada bueno auguraba.
Parte 4: Olivos
Avanzaba la noche en el Jardín de los Olivos. Sobre el
cantar de los grillos solo se percibía a la distancia los ronquidos de algunos
de los seguidores. Andrés, Bartolomeo, Pedro, todos que se habían comprometido
a la vigilia.
-Padre, aquí estoy
cumpliendo tu palabra, no la mía- recitaba Jesús.
-Vine al mundo por tu
voluntad, recorrí países, aprendí a ser hombre, a sufrir. El hombre con todas
sus limitaciones, sus bondades, su miseria, su dolor y su hambre. Vi gente
pecar no por mala sino por no tener alternativa. Son producto de tu plan, son
tu creación. Yo pasé por las mismas tribulaciones. Aquí estoy, estamos,
cumpliendo tus deseos. Conozco lo que se viene, y me pesa como ningún peso que
tuve. Es un rol el que cumplo, sin siquiera entender completamente su
significado.
Un largo silencio iba acompañado de gruesas gotas de
sudor que al caer eran sudor pero al impactar el suelo era sangre. Por primera
vez Jesús estaba sumido en un mar de dudas y profunda soledad. Como si lo
hubieran empujado a un escenario desconocido, hostil.
-Te pido Padre si hay
algo que puedas hacer para sacarme de encima esta pesada carga. No sé si estoy
preparado para lo que me espera. Si tan solo hubiera otra manera.
Los grillos y ronquidos empezaron a ser sobrepasados por
el sonido de botas y cadenas que se acercaban a través del bosque. Antorchas
iluminaban los metálicos rostros de soldados y un sacerdote que los acompañaba.
Se detuvieron a pocos pasos de Jesús, que se incorporó.
Apareciendo detrás de los soldados, Judas Iscariote se
abre paso y acercándose a Jesús le susurra trémulo al oído:
-Aquí estoy Maestro,
como me lo pediste.
-Hermano Judas, te pedí
la más cruel de las asignaciones y cumpliste. Conmigo estás en paz y perdóname
por hacerte compartir este suplicio.
Terminado el silente intercambio, Judas lo besa en la
mejilla.
A los pocos instantes el séquito se alejaba llevándolo a
Jesús consigo. Judas quedó mirando la escena con gruesas lágrimas que bañaban
su rostro. En su mano derecha aferraba un pequeño saco de monedas. Fue lo
último que vio. Uno de los soldados que permaneció oculto se le acercó por la
espalda, rodeó su cuello con una cuerda y la ajustó hasta que Judas, sin aire,
se desplomó. Temprano a la mañana siguiente lo encontraron colgando de la rama
de un árbol, con la misma cuerda todavía aferrada a su cuello.
Bibliografía:
- El Evangelio de Marcos
-El Evangelio de Lucas
-El Evangelio de Juan
-El Evangelio de Judas Iscariote
-El Evangelio de Felipe
-Tito Flavio Josefo - Las Antigüedades de los Judíos
-Filo de Alejandría - Obras Completas
-Bart D. Erhman - Did Jesus Exist? - 2012
-Bart D. Erhman - Studies in the Textual Criticism of the New Testament - 2006
-Bargil Pixner - With Jesus in Jerusalem - 1996
Bibliografía:
- El Evangelio de Marcos
-El Evangelio de Lucas
-El Evangelio de Juan
-El Evangelio de Judas Iscariote
-El Evangelio de Felipe
-Tito Flavio Josefo - Las Antigüedades de los Judíos
-Filo de Alejandría - Obras Completas
-Bart D. Erhman - Did Jesus Exist? - 2012
-Bart D. Erhman - Studies in the Textual Criticism of the New Testament - 2006
-Bargil Pixner - With Jesus in Jerusalem - 1996
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