lunes, 21 de enero de 2013

Ideas para Comenzar el Año


Puñado de ideas.
Mauricio, la Libertad y la Igualdad.  
Luis O. Corvalán
Tucumán, 17 de enero de 2013

Hoy en día está en debate el tema del boleto del subte, entre otras cosas. La diferencia entre los puntos de vista viene de la diferencia de concepción de cada sector de la cosa pública. Caído un poco en desuso, el debate de las ideas extremas es casi inexistente en la crónica cotidiana. Sin embargo, lo diario pasa a ser un sin fin de sutilezas y matices que provocan cambios de rumbo que sin embargo tienen impacto importante en el ciudadano de a pie.
Creo que son aceptadas por una gran mayoría de la población las dos características más preciadas de la condición humana, surgidas de siglos de historia pero consolidadas relativamente hace poco, a partir de su planteo explícito en épocas de la ilustración. Me refiero a las siguientes: todo hombre es libre y todos los hombres son iguales.
A partir de estas premisas se elaboraron filosofías económicas que son las que prevalecieron en el siglo XX y que dividieron al mundo en dos grandes bloques de pensamiento: el liberalismo en toda su concepción ponía énfasis en la libertad del hombre, y lo trasladaba al plano económico, basándose en las teorías de Adam Smith. Esto significa un repliegue completo del estado en las cuestiones económicas y dejando todo al juego de la oferta y demanda, que de manera natural y automática regularía precios, incentivaría la producción de bienes demandados, establecería niveles de sueldos, jornadas laborales y como consecuencia contribuiría a la “riqueza de las naciones” y un hipotético bienestar general. Este sistema llevado a la práctica y dejando que el desarrollo económico se comporte de manera “natural”, lejos de promover el bienestar general condujo a un sistema económico darwiniano. A mi entender, Charles Darwin comprendió mejor que Smith lo que significa dejar todo en manos de fuerzas naturales: significa el prevalecimiento del más fuerte, la famosa selección natural. El liberalismo ha generado enormes desigualdades. Si hubo países que lo aplicaron con cierto grado de éxito, fronteras adentro, fue por que se sustentaban en la explotación o rapiña de países más débiles que no podían imponer términos de intercambios justos o equitativos. Esto permitió a ciertos países centrales “exportar” de alguna forma las enormes desigualdades que el liberalismo económico provoca. Garantizar la “libertad” como máxima condición humana significaba sacrificar por completo el concepto de “igualdad” entre los hombres. 
La otra corriente filosófica pone en primer término el concepto de igualdad entre todos los hombres. El más claro teórico que llevó esto al plano social y económico fue Carlos Marx. Como sabemos, su finalidad era ir cumpliendo etapas hasta llegar a una síntesis final que era el comunismo y la prescindencia final del dinero, ya que todo estaría en un plano de igualdad garantizado por una intervención completa por parte del estado. Imponiendo condiciones de vida, vocaciones, actividades, autorizando que se puede leer, que no, las creencias religiosas y miles de detalles que hacen a la vida cotidiana. O sea que imponer el cumplimiento a rajatabla de la “igualdad” entre todos los hombres significaba una claudicación casi completa de su “libertad”.     
Las peleas entre estas dos visiones extremas fue durante largas décadas las peleas entre selectas minorías, dejando en el medio una masa importante de gente que no le interesaba o desconocían las profundas raíces conceptuales de ambos extremos y simplemente buscaban una buena calidad de vida. Llevó casi todo el siglo XX descubrir, si es que podemos afirmar que lo descubrimos, que ninguno de los dos sistemas es apto para lograr una calidad de vida aceptable para una comunidad diversa y policromática como la que existe en el siglo XXI, con un sistema de comunicación global e instantáneo que permite el contacto directo entre pares, sin intermediación de autoridades o límites geográficos. Los gobiernos van a tener que prestar mucho más atención a las demandas y anhelos generales porque manifestaciones capaces de voltear un gobierno se pueden convocar por las redes sociales, sin salir de casa, sin imprimir un panfleto. Aquí radica un incipiente camino que puede conducir a una nueva manera de plantearse la política que aparentemente no se aprecia desde las cumbres borrascosas por donde deambulan nuestros patéticos dirigentes, tanto oficialistas como opositores.
Los países que lograron cierto éxito en la gestión de su estado, y por éxito me refiero a bienestar de su pueblo, aprobación democrática de la gestión, solvencia económica sostenida, equilibrio aceptable con la naturaleza, libertad de expresión, derechos humanos, independencia en su política exterior y algunos otras cosas que se pueda agregar, en su gran mayoría han logrado hacer una síntesis sostenida y eficiente de las dos premisas planteadas al principio: libertad e igualdad.
Esta síntesis se refleja en un estado que garantiza educación, salud, seguridad, vivienda, seguridad social para la vejez, sueldos y jornadas de trabajo dignas, un sistema judicial eficiente. Y por otro lado promueve su desarrollo económico creando las condiciones internas necesarias e insertándose en el mundo comercialmente para garantizar la colocación de sus productos y negociando y tomando medidas para evitar que el comercio desleal hiera la producción local. Ciertas áreas estratégicas o muy sensibles de la economía quedan en manos del estado: la provisión de agua potable y cloacas, el manejo de recursos no renovables y la prestación de servicios de comunicación y transporte, en particular a lugares que no resulten atractivos para las empresas privadas específicas.
Un ejemplo que nos molesta particularmente a los argentinos son los subsidios agrícolas que aplican países de la Unión Europea. Pero si uno se detiene a analizar el criterio que aplica Francia, por ejemplo, y que es el siguiente: transferirle una parte de los recursos de los sectores rentables y competiditos franceses a su campesinado le garantiza la rentabilidad suficiente para que su permanencia en el campo le resulte atractiva. Si no lo hiciera, el campesino vende su propiedad, a bajo precio por no ser rentable, y termina mudándose a la ciudad, generando un problema que resulta más costoso para la sociedad en su conjunto. Por otra parte, la venta del campo contribuye a la concentración de la propiedad de la tierra y esto redunda en el cultivo extensivo, el monocultivo, la industrialización del agro con expulsión de mano de obra rural y desaparece la variedad de oferta de frutas, hortalizas e incluso ganado diverso. 
Aquí está el ejemplo de intervención estatal con un sentido integrador como una manera de garantizar un funcionamiento armonioso del conjunto de la sociedad. Mala palabra entre los liberales, pero que llegada la crisis del sistema capitalista no dudan en exigir auxilios estatales para su máximo exponente: el sacrosanto sistema financiero. Paralelamente al ejemplo del subsidio mencionado, eso no impide tener una economía competente, una clase trabajadora bien paga y con los servicios indispensables ya mencionados.
Es un ejemplo puntual y no es extrapolable. Cada país tiene sus características, su geografía, sus recursos naturales, idiosincrasia, etc. El diseño de país debe ser un tema consensuado y definido, aceptado entre las grandes mayorías y permanecer medianamente inalterable independientemente del color político del gobernante que se elija. La lección que se debería haber aprendido en la crisis de fines del 2001 es que gobernar a espaldas de las necesidades de la gente tiene un límite. El pueblo ya se cebó y conoce su capacidad de reacción, que la movilización rinde frutos y que el gobernante debe representar sus intereses. Y está en el dirigente percibir estas necesidades y expresarlas claramente.
El rol del estado es lo que está en debate. Veamos una comparación. Una empresa privada tiene un objetivo muy definido: el lucro. Esto se logra minimizando costos y maximizando ingresos. En la reducción de costos está la pelea por los salarios que paga, el costo de sus insumos presionando a proveedores y su relación con el mercado. Si tiene una posición dominante en el mercado, incidirá sobre los precios de venta. Todas estas variables las maneja de manera de maximizar sus resultados. Y una de sus acciones será presionar para pagar lo mínimo en impuestos, y de no tener éxito en esto lo trasladará indefectiblemente al consumidor.
El estado en cambio debería tener una filosofía muy distinta, algo que a los liberales les cuesta entender. El estado recauda de diversas fuentes y es el responsable de mantener un equilibrio en la sociedad. Una búsqueda de resultados en un sector determinado puede resultar el la quiebra de otro y el problema generado puede significar una pérdida en el conjunto superior al resultado obtenido en el primer sector. Un ejemplo para que se entienda: fue criticado por décadas el déficit de los ferrocarriles. El famoso millón de dólares diarios que perdían era el latiguillo favorito de Bernardo Neustadt en su campaña privatizadora. Finalmente el sistema ferroviario se desmanteló. La consecuencia fue la pérdida de 90 mil puestos de trabajo directos, la incomunicación de muchos pueblos del interior que redundó en su extinción, la quiebra de economías regionales, la migración de esos desocupados al conurbano de Buenos Aires con un enorme impacto social y finalmente la necesidad de implementar subsidios y auxilios estatales para garantizar una mínima subsistencia en sectores que literalmente se “morían de hambre”. El famoso millón de dólares diarios era un costo insignificante para lo que terminó costando el cierre del tan mentado servicio deficitario. Es sencillo comprobar con números crudos hoy que de deficitario no tenía nada. Permitía el funcionamiento de un país enormemente extenso y poco poblado, con distancias enormes que se podían sortear de manera barata, transportando personas y productos a costos muy accesibles. Lo que aportaba esa actividad superaba en creces el costo de mantener al ferrocarril. Hoy los pocos ferrocarriles que casi exclusivamente atienden el área metropolitana, son explotados por empresas privadas que necesitan resultados positivos para justificar su intervención. Estos resultados se garantizan con subsidios estatales que superan ampliamente el costo histórico de mantener todo el país comunicado con el viejo sistema ferroviario.
La excusa para privatizar todas las empresas estatales supuestamente deficitarias era lograr el equilibrio fiscal, para así dedicar los recursos a la salud y la educación y por supuesto la seguridad, tan cara a los liberales. El resultado no podía ser más opuesto: se disparó la deuda, se dilapidaron capitales y bienes logrados con el ahorro y sacrificio de generaciones de argentinos, se entregaron los recursos naturales, se cerraron y desmantelaron empresas estratégicas como los mencionados ferrocarriles, fabricaciones militares y tantas más y terminó estallando todo en un mar de deuda, déficit inmanejable, desocupación y miseria que sorprendió al mundo entero, siendo Argentina un país inmensamente rico. Esto último quedó demostrado por su capacidad de reacción en los años siguientes. 
Hoy un empresario liberal de alma y con su cabeza formateada para solo entender en esos términos, si es que los entiende, está manejando los destinos del subterráneo de Buenos Aires, entre otras cosas. Lo primero que hizo fue más que duplicar el boleto y ahora lo quiere llevar a valores más altos todavía, en busca de un “resultado” que lo único que hará es desequilibrar los otros factores económicos, en particular los ingresos de los cientos de miles de viajeros que usan a diario el servicio. Mejorará, solo probablemente, el resultado de la explotación del subte, pero se resentirá el consumo en todo el resto de la economía, al ver los trabajadores y empleados mermado su poder adquisitivo, impactando en el conjunto de la economía, y resintiendo la recaudación general del estado. Se evita un subsidio que sale de las arcas del estado, mermando por otra parte la actividad de cientos de otros factores que también aportarán a las arcas del estado, con sus impuestos directos y sus puestos de trabajo.
Facilitar los negocios para garantizar utilidades a los grandes grupos y esperar el mítico “derrame” que jamás ocurrió en la historia, dejó de ser una filosofía errada para convertirse simplemente en una estrategia perversa de transferencia de ingresos hacia los privilegiados de siempre. Eliminar el AUH y bajar las retenciones a la soja es el deseo de muchos políticos y es exactamente eso. Sacar dinero del bolsillo de los pobres y colocarlo en las arcas de los grandes exportadores. Otras latitudes han demostrado que es perfectamente viable hacer excelentes negocios inmersos en una sociedad que cuida a sus ciudadanos, donde se pagan buenos sueldos garantizando un mercado interno, se ofrecen servicios de calidad, se subsidia a sus medios de transporte como un aporte a la calidad de vida y viabilidad económica a las distintas regiones y finalmente recurrir al sistema financiero es una decisión estratégica puntual y no una necesidad corriente que obliga a la aplicación de recetas genéricas externas que han demostrado hasta el agobio su fracaso.
Resumiendo, mi opinión es que la solución ideal pasa por encontrar el equilibrio entre “libertad” e “igualdad”, atributos innegables de cada ser humano y en base a esto definir el rol del estado para contribuir a la construcción de una armonía y equilibrio en la comunidad que nos toca. Se puede lograr y como dije al principio, ciertos países han alcanzado algo parecido, como los escandinavos. Todo es perfectible y debe adaptarse a cada caso particular. Es un desafío realizable, pero no en manos de dirigentes comprometidos fervientemente con uno de los atributos en detrimento del otro. Cualquiera que sea.    

     

martes, 15 de enero de 2013

Giulio


Semblanza muy personal

Pasada la polvareda que todo acontecimiento intenso levanta, podemos ver de nuevo con cierta claridad el paisaje de emociones y vivencias que queda diáfano en nuestras almas.
En el apacible invierno de 1965 lo conocí, por decirlo, por primera vez en mi vida conciente, ya que mis primeros dos años de vida convividos con la familia en Tucumán no se fijaron en mi disco rígido. Todo era nuevo y me parecía estar volviendo unas décadas a un período previo a mi existencia. Un Tucumán tranquilo, con calles céntricas semi desiertas durante largas horas al día, los naranjos acompañando las veredas, el paso regular del tranvía, el almacén de la esquina con el queso Chubut.
Recuerdo entrar por primera vez a la casa de la calle Chacabuco, el saludo de Pupa, inconfundible por su parecido con mi madre, y un poco más atrás, mi tío. Una pulcritud y elegancia totalmente desconocidas para mí, viniendo yo del imperio de las sombras y la chabacanería. Un porte que era imposible no relacionar con el Clark Gable de “Lo que el viento se llevó” mezclado con esa picaresca latina del Vittorio Gassman en  “Perfume de Mujer”, vocabulario incluido. Rodeado de patios amplios con parras, mamparas clásicas multicolores y un camisaco color crema que con los años me traía a la mente los personajes de las novelas de Hemmingway, Giulio había entrado en mi vida por una extraña puerta ancha, ancha de cariño, admiración y sentido de pertenencia. Mucho de esto tuvo que ver con un sentimiento de haber encontrado mi “lugar en el mundo”, a pesar de las notables diferencias en comodidades, avances tecnológicos y de comunicación que había en el Tucumán de los año 60 respecto de los grandes países del norte donde había pasado mis breves pero intensos años previos.
Con el tiempo y mi regreso definitivo a la Argentina tres años más tarde, pude disfrutarlo en toda su dimensión. Sin un perfil formativo definido, en general me sorprendía por su “criterio”, una cualidad que hasta el día de hoy valoro en extremo, particularmente por su escasez. Luego fui descubriendo el origen de su policromática cultura, amplia y al mismo tiempo alejada de la academia y los pergaminos. Tenía la costumbre de prestar atención. Se interesaba legítimamente por temas y actividades que les eran ajenos y escuchaba con una atención intensa y respetuosa para cada tanto acotar simplemente su clásico “notable”, que reflejaba su auténtica capacidad de asombro. Esa costumbre por si sola era suficiente para distinguirlo de la media y explicar su enorme abanico de puntos de vista, vivencias, opiniones y talento para adaptarse a las más diversas actividades. Con la misma prestancia que podía atender una farmacia en el turno noche podía desempeñarse como funcionario al frente de una importante repartición. Y los vaivenes de la vida que lo sacudieron igual o más que al resto de los argentinos no le arrebató lo que considero uno de los mayores aportes que nos hizo a los que lo rodeamos: su sentido del humor. Una característica que de alguna manera misteriosa logró trascender a su muerte, para asombro de los deudos que lo despedíamos en Tucumán.
Yo que recién lo comencé a tratar a sus 45 años, tengo innumerables anécdotas que no solo son amenas o desopilantes, también muchas que son profundas y que marcaron esos hitos en la vida que al unirse permiten trazar y explicar el derrotero de nuestra formación.
Sus relatos de juventud me asombraban y podía permanecer horas escuchando esas historias de play boys venidos a menos con Juan Carlos Fagalde por la Buenos Aires de los años 40. Sus “physiques du rol” daban para imaginarlos integrados a una época clásica de bodegones y tango, con gabardinas empeñadas y trasnoches de finales inciertos, champagne y rouge incluidas.
No coincidir con algunas costumbres de la época e incluso usarlas de ejemplo de lo que no hay que hacer, no me impidieron verlas con un dejo de sana envidia y cariño. Principalmente por carecer por completo del ingrediente indispensable para toda condena: la mala intención.
Una vez en el colegio, yo recién andaba por tercer año, Giulio estaba al frente de la Dirección de Turismo de la provincia. El centro de estudiantes estaba organizando un recital muy importante para el cierre de la semana del colegio y alguien sugirió buscar apoyo oficial. Me ofrecí interceder ante el pariente para ver que se podía lograr. Nos recibió en su lujoso despacho una tarde ya oscurecida y luego de escucharnos nos hizo una descripción muy detallada de las funciones de su repartición. Tenía la capacidad de resolver esa paradoja tan compleja para los especialistas en protocolo: podía permanecer formal pero sin caer en ningún tipo de acartonamiento. Como la lógica señala, nos fuimos con las manos vacías, ya que no era el ámbito para la gestión nuestra. A la salida yo esperaba de las autoridades del Centro algún reproche por el tiempo perdido, pero para mi sorpresa todos se arrimaron a darme la mano para felicitarme por “mi tío”. Esa era la comprobación para mí que esa impronta que emanaba con tanta intensidad no era impactante solo para los allegados, sino que era perceptible hasta para un grupo de adolescentes rebeldes que tenían su cabeza en otra cosa. Como diría él: “notable”. Luego en la vida pude comprobar innumerables veces esa admiración que provocaba tanto en encumbrados empresarios o dirigentes como en los empleados temporarios del Centro Azucarero que alguna vez dirigió.
A los 17 años yo había terminado de cursar el 5º año del Técnico y en el taller ese año desarmamos y volvimos a armar un motor a explosión y pude entender el funcionamiento del embrague y la caja de cambios. Y para entonces había visto manejar innumerables kilómetros a mi padre, y en menor medida a mis compañeros de barrio y colegio que ya usaban el auto de la familia. Yo jamás me había sentado formalmente detrás de un volante. En la navidad de ese año, hablo de 1973, se me ocurrió, después de la medianoche, pedirle el auto a Giulio para ir a buscar a mi novia. Sin dudarlo un instante me extendió las llaves. Y a pesar de haber tenido una dolorosa experiencia con Giulito unas pocas navidades atrás. Tomé el auto conciente de la responsabilidad del momento y del gesto de confianza depositado en mis breves años y nula experiencia. Comencé a manejarlo extrapolando los conocimientos teóricos propios y las habilidades ajenas. Busqué a mi novia y una pareja amiga, paseamos por el centro en una noche lluviosa y cálida quedando yo como un duque con vehículo, dejé los cuerpitos sanos y salvos en sus casas y regresé el auto intacto. Era la primera vez que manejaba. ¿Cómo no guardar esos recuerdos, esos “días ejemplares” al decir de Walt Whitman? Podría seguir por largas páginas relatando situaciones parecidas: su fiesta de los 50 años, los veranos en Totoral, los asados en la calle Chacabuco, las caminatas por Buenos Aires…
Algunos conflictos muy personales que se extendieron por interminables años lo encontraron parado en el lado equivocado de la historia, como se estila decir ahora, pero mucho más valioso para mí fue su reconocimiento y la capacidad de rectificación que le dieron la estatura definitiva y el lugar privilegiado que terminó ocupando en mi vida. En cada momento importante que me tocó vivir a partir de entonces, en que estuvo presente, siempre encontró el momento para apartarse del resto y dirigir unas palabras muy personales y que siempre resultaban de una profundidad tal que hacían destacar el momento y dejarlo grabado en la memoria.
La trascendencia que para mí es el mejor logro de una vida, la alcanzó con creces. Y esto es solo una visión muy personal. Pero no tengo dudas que las personas que tuvo cerca tienen miles de recuerdos y vivencias similares y más ricas que las pocas comentadas aquí. Por suerte lo pude disfrutar, al igual que a Pupa, por largos años. En mi último encuentro con él, se dedicó a darme una precisa y detallada reseña de su vida nueva en Buenos Aires, que me sorprendió al mostrarme lo intacto que permanecía esa cualidad que destaqué al principio: el criterio. Era absolutamente conciente de estar viviendo una buena vida dentro de esa realidad limitada por sus achaques y por haber perdido la compañera de toda una vida. Sé por eso, por ese relato en primera persona, que tuvo una vida plena y gozó de su familia, de su pasado y presente, hasta sus últimos alientos. Y eso no es poca cosa. Hoy se me dio por recordarlo de esta manera, y no quise dejar pasar el sentimiento sin dejarlo por escrito. Esta noche levantaré un vaso de Borgoña en honor a su vida y a su lograda posteridad que nos permite tenerlo presente por siempre.

Luis O. Corvalán
Enero de 2013.