sábado, 11 de julio de 2015

LETRAS DE MOLDE


El aplomo de los años me permitió, paradójicamente, disfrutar mi niñez, desde la distancia. Crecí rodeado de libros, entre otras cosas. Y me doy cuenta que antes de aprender a leer y escribir, aprendí a escribir a máquina. Mi viejo tenía su oficina. Un cuarto grande, enfrentado con el living. La casa, una construcción magnífica de 1812, en Canadá, frente al Río San Lorenzo. En esos años la declararon monumento histórico. Cuando él estaba en la Universidad, dando clases, yo entraba a su estudio, agarraba una hoja de papel, indefectiblemente amarilla, la colocaba en su máquina de escribir y comenzaba a teclear aleatoriamente. Tenía 4 años. En esa época no había fotocopiadoras y Octavio, cada vez que escribía algo que le interesaba, colocaba carbónico y hacía al menos una copia en simultáneo con el original. Lo vi escribir hasta por quintuplicado. Y por eso tenía resmas de hojas blancas y otras amarillas para las copias. Esas eran las mías. Trababa la máquina, enredaba la cinta, la rebobinaba sin ningún sentido, dejaba mis dedos manchados de tinta por toda la cubierta gris de la Royal que tuvo por años. Hoy el destino la puso en mis manos. Aun funciona. Importantes libros sobre literatura hispano americana se escribieron con esa máquina. Cuando aparecieron las primeras letras en la escuela, ya me eran familiares. Mi mundo escrito empezó de molde. Eran las familiares, la de la máquina. Mis hermanas que me llevaban algunos años, escribían en cursiva. Algo absolutamente incomprensible para mí. Veía sus cuadernos y me parecían garabatos escritos en una línea continua, sin solución de continuidad. No relacionaba esas líneas largas llenas de curvas con mis conocidas letras de molde que estaban todas separadas, una de otra. Preguntaba qué era eso y ambas me contestaban “son deberes”. Cuando quedaba solo, agarraba cuadernos en blanco y garabateaba cualquier cosa en cada hoja, con la excusa de estar haciendo “deberes”. No relacionaba eso para nada con la “escritura”.  
            Para cuando aprendí el abecedario y como escribir las palabras, ya estaba ducho en escribir a máquina. Mis primeros escritos y breves relatos eran indefectiblemente hechos con la Royal. En papel amarillo.
            Cuando mi viejo estaba en casa, mi actividad se desarrollaba por los otros rincones. No había que molestar, me daba cuenta sin que nadie me lo explicara. Los sonidos de mi infancia, como esas célebres grabaciones de Janis Joplin de 1963, transcurrían con el rítmico teclear de la máquina de escribir de fondo. Mi viejo no me enseñó a escribir, pero no le hizo falta. El solo convivir con esa costumbre de leer y escribir absolutamente todos los días que él tenía, por gusto y por profesión, debe haber penetrado por mis poros por años. Un buen día, debe haber sido allá por mediado de los 80, luego de 30 años de estar leyendo cosas, apareció ese impulso por escribir. Recuerdo una tarea por encargo. Escribir un análisis de 10 hojas sobre un libro a elección, pero que trate algún tema económico. Empecé con cierto entusiasmo, leyendo, investigando. En el proceso cambié de libro, luego se fue sumando el material, el tema me absorbió y terminé escribiendo un libro de investigación de 60 páginas. Y desde entonces no pude parar. Nada demasiado serio, ni largo, ni muy concreto. Algunos libros técnicos, sin editar, historias sin terminar, cientos de artículos, comentarios, anécdotas. Hago padecer a mis amigos del FB con algunos, otros van directo a mis blogs, la mayoría descansan en una carpeta de “Escritos Propios” que se replican en mis notebooks y discos rígidos de respaldo. Por eso, digo, de viejo puedo apreciar lo crucial que fueron mis primeros, primerísimos años, esos previos a cualquier jardín o primaria, cuando deambulaba aburrido por casa en los largos meses del crudo invierno canadiense, rodeado de libros que no podía aun leer, teniendo papel y máquina de escribir para escribir lo que nadie podría entender, escuchando Ray Charles, Harry Belafonte, Perry Como y Elvis Presley, entre otros. Realmente para cuando desperté al mundo, tenía el rumbo correcto largamente establecido. Lástima el tiempo que me llevó valorarlo en toda su dimensión.    
   

domingo, 5 de julio de 2015

ST. JOHN'S CHRONICLES - Capítuo 3

ESCÉPTICO
Hace ya un par de años largos, cuando comencé con mi muro, subí un par de anécdotas vividas en la última de las escuelas que me tocó asistir en mi larga década por USA y Canadá. Transcurría 1968, apogeo de la guerra fría. Año trágico si los tuvo los EEUU. Ese año fueron asesinados Martin Luther King y Robert Kennedy. Lennon definiría estos hechos junto a otros eventos como "the dream is over". Producir cambios no era fácil.
En la escuela primaria viví, y me enteré por mis hermanas que en la secundaria pasaba igual, las histéricas paranoias producto de la guerra fría con la URSS. Puedo citar cientos de frases, lecturas, vivencias, todas bajo el barniz de ese conflicto ideológico. Hoy quiero contar de un par de ellos que significó un entredicho con mi maestra de 6to grado en un caso, y en otro asumido en mi acostumbrado silencio.
En geografía estudiábamos los estados de la unión, uno por uno, como si fueran unidades aisladas de toda región o entorno. Así me pude especializar en la economía, la producción y la población de Georgia, por ejemplo, y desconocer por completo lo que ocurría en la vecina Florida.
En geografía mundial pasaba lo mismo. Estudiábamos en detalle la geografía y las costumbres de Taiwán, país por entonces reconocido como China por los USA, negando la existencia de la China continental, nada menos. Varios compañeritos míos tenían hermanos peleando en Vietnam, por entonces. Así que la maestra no podía obviar el tema demasiado. Un día, a mis 11 años, con mi temprana inquietud y mar de dudas, le pregunto por qué teníamos (lo decía así) que ir a pelear en ese pequeño país del confín del mundo, suponiendo el centro ahí en mi escuela. La maestra contestó sin ninguna duda: "porque si no lo frenamos ahí vendrán a atacarnos aquí". En el acto visualice´a los vietnamitas desembarcando en las costas de California, algo que me pareció absolutamente absurdo. La quedé mirando a la maestra con cara de "¿en serio me lo estás diciendo?". Ella quedó en silencio, luego bajó la mirada y siguió con el tema del día. Pequeños gestos que me ganaron el mote de "rebelde" dentro de un grado bastante anodino. Otra cosa que "aprendí" en las lecciones de geografía fue la existencia del extenso tren trans-siberiano. Hoy conozco muchos detalles de su azarosa construcción arrancando desde los tiempos del zar. Pero en ese momento era la novedad. Un detalle del relato me sorprendió: viajar de Moscú hasta el Pacífico tardaba una semana en tren, si todo era normal. Pero la maestra nos hizo resaltar que la vía era una sola. Así que había que esperar a que el tren llegue a un extremo para recién poder otro tren dirigirse en sentido contrario. Esto en un ramal de 9300 kms!!! Yo desde los 8 años me pasaba largas horas caminando por unas vías que pasaban a 2 cuadras de casa cuando vivía en un pueblo del medio oeste, y sabía perfectamente que las vías eran una sola en la mayoría de los tramos rurales. Eso no impedía un normal tráfico de trenes. Y ya había visitado la Marco que a mis casi 60 años me acusa exactamente de lo mismo si hago una defensa de un sistema público de salud o si cuestiono sus vencidas teorías. Viendo en retrospectiva mi infancia comprendo mejor mi visión crítica a cualquier información que recibo y si bien algunas cosas de mi infancia no repetiría, otras, como estos cuestionamientos, me producen orgullo, siendo un pibe bastante indefenso en un medio distorsionado por tensiones que no tenía por qué comprender a esa edad.
Ferrocarril Trans-Siberiano
Argrentina en dos oportunidades y el trayecto de Bs. As. a Tucumán lo conocía solo por La Estrella del Norte. Tren que paraba en Rosario, Rafaela y La Banda y siempre en cada uno de esos lugares pasaba algún tren de carga o pasajeros en sentido contrario. Y hasta en algún lugar intermedio pasaba un tren al lado en sentido contrario. Guardé un prudente silencio ante la explicación de la misma maestra para no ser señalado de "comunista" que era el mote que uno se ganaba si cuestionaba cualquiera de estas afirmaciones. Por esto me causa tanta gracia mis absurdos debates con