Para los que peinamos cañas y llevamos largas décadas a cuestas recordamos muy bien los padecimientos de la dictadura y la fiesta que fue el retorno de la democracia. Ese clima había inundado aquel año 1983. A medida que se acercaban las elecciones y los militares ya preparaban la retirada empezó un lento goteo de argentinos que volvían al país luego de años de exilio forzado. Y luego de las elecciones de octubre y el triunfo de Alfonsín ese goteo ya era una persistente llovizna de decenas de personajes que retornaban cada semana al país. A punto tal que los medios televisivos, radiales y gráficos dejaban apostados en Ezeiza guardias de noteros para barajar a las personalidades a medida que llegaban. Artistas como Víctor Heredia o Marilina Ross, dirigentes sindicales como Raimundo Ongaro, siempre alguno era motivo de una nota. Ese día, el 30 de noviembre, a poco del traspaso de mando, comenzó a circular por el aeropuerto el rumor que en el vuelo tal de Iberia arribaba Casildo Herreras, un histórico dirigente textil que se había fugado del país la víspera del golpe en 1976. Para cuando estaban descendiendo los pasajeros del mencionado vuelo ya los noteros hacían la guardia correspondiente, con grabadores, anotadores y lapiceras en mano. Al rato aparece el canoso dirigente y todos se le abalanzan, estallan los flashes y se disparan preguntas desordenadamente. Uno de los noteros más veteranos y con una cultura general por sobre el promedio alcanza a ver un señor caminando unos metros más atrás, lejos de los flashes. Un hombre de cara ancha, con un saco oscuro gastado y una corbata delgada abierta por las horas de viaje. Un pantalón a tono que intentaba pasar por traje. Bajaba del mismo avión. Arrastraba con dificultad su valija. El notero inmediatamente perdió todo interés por el dirigente sindical y se acercó al hombrecito con total admiración. Guardó su libretita y le extendió la mano: "Señor, es un honor saludarlo, bienvenido de regreso a la Argentina". El señor que bajaba en absoluta soledad y lejos de los flashes y las preguntas intrascendentes era nada menos que don Julio Cortázar. La Argentina en su fiesta de recuperación democrática parecía decirle que no lo necesitaba, nadie percató de su arribo, no fue invitado a ningún canal, no hizo tapa de ningún medio. De regreso en París, su patria adoptiva, moría apenas dos meses después, el 12 de febrero de 1984.
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